sábado, 18 de septiembre de 2010

DOLORES, REFUGIO DEL ÉXODO TANDILENSE

DOLORES, REFUGIO DE LOS TANDILENSES DEL ÉXODO

En 1854, el Tandil parecía encaminarse con firmeza hacia un destino floreciente y de bienestar. La sensación en realidad era provocada por el entusiasmo del Juez de Paz, don Carlos Darragueira y otros vecinos que con ideas que hoy podríamos llamar progresistas, entre los que se contaba el infaltable danés Juan Fugl, promovían gestiones tendientes a lograr ese fin.
El mejoramiento del estado del “viejo” Fuerte; el nombramiento pionero de la primera Comisión Municipal anterior aún a la que obligaba la 1º Ley de municipalidades, que sugería la participación en la misma de dos extranjeros; la puesta en marcha de la primera escuela pública el 14 de junio de 1854, a la que doce niños de la aldea asistieron con el carpintero y maestro norteamericano José Arnold al frente; la recuperación del nombre “Tandil” para nominar el partido, al que Rosas le había puesto Chapaleofú; la erección canónica de la primera Parroquia y la designación del primer párroco, el RP Luis María Mancini; el intento de comenzar la tarea de alumbrado público en las calles con la obligación de colocar faroles en las puertas de comercios, eran todos logros que señalaban lo afirmado en los primeros párrafos…
Sin embargo, nubes de tormenta teñían este horizonte de progreso del Tandil de esos años. Efectivamente, poco después de comenzar 1855, Calfucurá se abatía sobre Azul el 13 de febrero: 5000 lanzas dejaban un saldo de más de 300 muertos, unas 150 familias cautivas y nada menos que un botín de 60.00 cabezas de ganado.
La llamada frontera interior se sacudía temblorosa ante los embates araucanos y el temor cundía corriendo por los polvorientas huellas, hacia los poblados cercanos a los hechos mencionados, tal como el mismísimo Jefe de la Frontera Sur, Julián Martínez le dice a Mitre en una nota “…no pasa una hora sin que reciba noticias, partes, etc., sobre entradas de indios. Estas pobres gentes están viendo en cada paja del campo un indio grandote…”.
Ante la situación de creciente peligro, el gobierno destinó la llamada “División Operaciones Sur” al mando del mismísimo Mitre (Ministro de la Guerra), a guarecer la zona cercana al Azul, pero el prócer sufrirá una dura derrota en el combate de Sierra Chica, en marzo de 1855 y simultáneamente el Tandil será “invadido” por lanzas de Yanquetruz en la zona de la restituida estancia “El Carmen”, del Gral. Eustoquio Díaz Vélez. Tal como lo describiéramos oportunamente en Tiempos, ese año tres entradas más de la indiada del cacique citado, asolaron y despoblaron el Tandil como nunca antes y después ocurriría en su historia.
Entre los rumores y la cruda realidad, la zozobra se había instalado entre los pobladores de nuestra aldea aún más acentuada al conocerse la derrota y muerte del Comandante Nicanor Otamendi en el combate de San Antonio de Iraola, en las cercanías de la actual Benito Juárez, el 14 de setiembre de 1855…
Con la primavera, finalmente el malón llegaba el 21 también hasta el poblado, donde el Juez de Paz Carlos Darragueira y unos pocos valientes se atrincheraron en el Fuerte y esperaron para, si era necesario, pelear a mano limpia y frente a frente contra los audaces hombres de Yanquetruz. Darragueira con el viejo fortinero Zabala y el norteamericano Suessy, resistiendo junto a unos cuarenta hombres más, eran los valerosos que quedaron defendiendo el lugar, que luego tuvo que ser abandonado por falta de víveres.
Dos meses después, nuevamente el poblado, ya casi desierto y con la mayoría de sus casas abandonadas, veía en sus callejuelas el desplazamiento de los hombres yanquetruzanos que venían con la pretensión de llevarse toda la hacienda “por orden de Urquiza”, según lo registra la documentación y el 8 de noviembre rodeaban el caserío tandilense donde "... había 80 vecinos armados y 11 hombres de la fuerza del Sr. Machado a cargo de un Capitán Sr. Francisco Silva, todos ocuparon las pocas casas de azotea que hay y permanecimos dispuestos a sucumbir si héramos (sic) atacados", según relata Darragueira.
Así las cosas, llegó un parlamentario indio que informó que el cacique quería hablar con el Jefe, para ello se destacó al Capitán Silva y un lenguaraz que lo acompañara, llegando el mismo Yanquetruz a la reunión, quien con el argumento ya citado y seguramente falaz, manifestó que si no se resistían, no habría ni saqueo ni agresiones.
Un par de días después, el 10 de noviembre " a la defensiva", partían Yanquetruz y sus hombres con la hacienda arreada, ante la inacción de los pobres vecinos, que no tenían ni noticias de la ayuda solicitada con el envío nocturno del valiente chasque Ramón Cáceres, hasta que próximo el mediodía, ¡por fin!, se supo que a cinco leguas del Tandil ya estaba una fuerza al mando del Cnel. Ocampo, la que después de un fugaz enfrentamiento con los indígenas, logró dispersarlos trayendo de regreso gran parte del botín.
El sofocón había pasado, pero como atestigua Fugl en sus Memorias:"...los soldados no fueron mucho mejores que los indios, pues los días que quedaron en el pueblo y alrededores, robaron y saquearon las casas abandonadas, llevándose cuanto les pareció útil.
"El pueblo nada había sufrido ni las viviendas de mi chacra".
Sin embargo los pobladores habían partido por miedo o por seguridad, algunos hacia Dolores, tierras más cercanas a sus propiedades del Tandil y otros hacia Buenos Aires, destino más lejano pero más seguro…
Familias enteras dejaron las serranías hacia los lugares mencionados, por los “caminos” que luego recorrerían las rápidas galeras en sus “carreras” (así se denominaban los itinerarios) y de las que el mismo Fugl nos dejó testimonios (ver en Tiempos “Postas y mensajerías”).

Pasado un tiempo y restablecida la tranquilidad, poco a poco los vecinos más influyentes volvieron a insistir en lograr el beneficio de las mensajerías y sus diligencias. Juan Fugl- cuando no- nos relata estos episodios de los que fue protagonista y que determinó la formación de una "empresa" local dispuesta a doblar el brazo de los porteños que las pretendían y arreglarse con los propios medios del pueblo. Aquellos hombres de nuestro pasado, ya enseñaban el camino que Tandil, en tantas oportunidades, tuvo que afrontar, empeñoso, casi testarudo, pero con una gran fe en las propias fuerzas...
A partir de entonces, Tandil tuvo servicio de correo y pasajeros y los mismos se conservaron hasta la llegada del ferrocarril en 1883 y aún algunos años más.
Lo curioso-o no tanto- fue que además de los pobladores comunes, también funcionarios “electos” habían dejado el Tandil con los rumbos ya citados, hombres que debían reemplazar a Darragueira y que no querían saber nada del asunto, como lo deja expresado Felipe José Miguens, (de los primeros pobladores, emparentado con el fundador de Ayacucho) en su renuncia a aceptar el cargo de Juez de Paz que le había sido ofrecido, documento revelador y poco conocido.
Fechada en Dolores el 7 de marzo de 1856, cuando ya la calma retornaba lentamente y el “pico” del peligro había pasado, decía Miguens textualmente en su nota:
“Al Sor. Ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores, Dr. Dn. Valentín Alsina.
“El infrascripto ha tenido el honor de recibir la nota de V.S. de fecha 9 de Febrero remitida por el Juez de Paz del Tandil, por la cual se digna al Superior Gobierno honrándolo nombrándolo Juez de Paz de aquel partido.
Le ha cido altamente honroso al infrascripto la confianza que en él se ha dignado depositar el Gobierno al conferirle el empleo de Juez de Paz del Tandil y si bien es cierto que los principios del subscripto han sido y serán siempre por la causa del orden y de las Leyes y que no ha omitido nunca sacrificio alguno, ya en su persona como en sus intereses en pro de sus creencias políticas y de su Patria, le es enteramente imposible llenar los deseos del Superior Gobierno, no porque haya falta de abnegación en el infrascripto, pero si por imposibilidad actual para poder entrar en funciones en el empleo que se le confiere.
“La incursión vandálica del 13 de noviembre obligó al susbscripto (como a todos los hacendados del Tandil) a abandonar sus Establecimientos, llevando las haciendas que salvaron a gran distancia de allí para ponerlas a cuvierto de nuevas invasiones, y como de entonces a aquí, lejos de sesarse aumentan los temores, en vista de las subsesivas invasiones, lejos el infrascripto como los demás de blolver (sic) a sus hogares, no creen seguros sus intereses y por lo tanto, difícil su regreso.
“Es por esto que el que firma no puede, con vastante pesar, recibir el empleo que se le confiere, pues que hallándose a cincuenta leguas del pueblo en que debe residir con sus haciendas en el primer campo vacante que encontré, y en el que no podrá permanecer mucho, se vería presisado a abandonar el cuidado de ellos (que equivale decir su fortuna) a manos estrañas que dificilmente podrán llenar el vacío que dejará.
“Cree el infrascripto que el Superior Gobierno dé por suficiente las causas que espone y se digne admitir la renuncia que respetuosamente hace del empleo que se le confiere”.
“Dios Gue. a V .E. ms. as.
Felipe José Miguens
(una rúbrica)

(Documento obrante en el Archivo General de la Nación. Sala X)

La política de entonces, parece que, casi como siempre, anteponía los intereses personales por sobre los del bien común, pese a que los mismos actores (como hemos visto escrito en el documento) digan lo contrario…

En ese año-1856- la zona quedaba tranquilizada definitivamente tras los combates de Cristiano Muerto y Sol de Mayo y posteriormente San Lorenzo, donde se destacó la acción de Machado.
En el Tandil renacía la calma y ahora sí podía darse cumplimiento a la inoportuna convocatoria electiva formulada en pleno malonaje, formalizándose el 22 de noviembre la primera Comisión Municipal acorde con la Ley de Municipalidades, que integraron Manuel Romero, Felipe J. Miguens (el “arrepentido”autor de la nota transcripta…), Narciso Domínguez y Publio Massini como titulares y Ramón Gómez y Cayetano de la Canal como suplentes.
La realidad, sin embargo, indicaba que prácticamente buena parte de los integrantes de la misma, no estaban todavía en el pueblo ya que habían formado parte del éxodo del que uno de ellos, el citado Miguens, dejó el elocuentísimo testimonio del que dimos cuenta.

Daniel Eduardo Pérez