domingo, 6 de marzo de 2011

LAS MUJERES.EN EL MUNDO...

LAS MUJERES EN EL MUNDO…,

EN ARGENTINA Y EN TANDIL…

Desde siempre, como es natural, la mujer ha ocupado un espacio en la historia de los pueblos, aunque de diversas maneras y evaluadas según los tiempos y las culturas.

Hoy, apreciado lector de Tiempos, queremos aprovechar un momento especial de la historia internacional, nacional y local, para presentarle un somero panorama de los roles cumplidos, que cumplen y seguramente que cumplirán las mujeres…

Cuando le comentamos al amigo y Director de Tiempos el título de la nota, nos dijo: “El tema debe dar mucha tela que cortar. Además, me imagino, que como siempre en la Historia, sería muy distinto ser mujer en Tandil que en Buenos Aires ¿no?”.

Y así fue como pensamos entonces en abarcar fundamentalmente las características, que en tiempos y espacios diferentes, tuvieron las mujeres, arrancando bien atrás.

Desde la antigüedad (la mayoría de las llamadas Venus paleolíticas proceden de etapas muy tempranas), la mujer aparece representada en forma notable en la zona centro sur europea, aunque recientes hallazgos también las ubican, lo que llama la atención, en tierras tan lejanas del norte de Europa como las Islas Orkney (Orcadas, Escocia).

Esas denominadas “Venus” de varios miles de años, nos invitan a pensar acerca del rol de la mujer y su valoración desde etapas muy primitivas hasta la actualidad. Encontramos así, que en la sociedad humana conocida, las mujeres y los varones no tuvieron el mismo rango o parecida importancia, por esos tiempos, aunque el matriarcado fue el responsable de las pervivencias para con las mujeres en el derecho de algunos pueblos antiguos, en el aspecto de las religiones primitivas y sus diosas, en los matrimonios consumados en la residencia de la esposa, en la filiación materna y en otra serie de circunstancias que escapaban del dominio varonil estricto.

El matriarcado ocupó en el relato histórico un importante espacio y los autores que lo estudiaron fueron acercando sus teorías con sus más y con sus menos.

En el siglo XIX y parte del XX, el concepto del matriarcado primitivo tuvo pleno predicamento. Así, se explican mitos como el de las amazonas, la existencia de grandes diosas madres, los ritos cerrados y secretos en los que sólo mujeres intervenían, diversas costumbres asociadas a la agricultura, etc.

Sin embargo, las mujeres, como género, nunca tuvieron poder y aquéllas que lo alcanzaron, lo han hecho por excepción. En todas las sociedades históricas conocidas, las mujeres han estado sometidas a los varones pese a que, en casos muy especiales, alguna mujer ha ocupado el poder soberano. La historia recuerda a varias que lo han hecho con suerte diversa, sin embargo, ninguna de ellas se lo hizo heredar a otra, sino que, transcurrido su tiempo, retornó el varón al mismo. Algunas mujeres fueron excepciones a la regla que las apartaba del poder y, de entre ellas, unas pocas fueron además extraordinarias. En el mundo antiguo, la faraona Hatshepsut dejó una fuerte impronta, aunque luego su heredero ordenó borrar todas sus inscripciones. Nefertiti y Cleopatra, cada una en su época y con sus bellezas, que llegaron hasta hoy, jugaron papeles trascendentes en aquel Egipto misterioso…

Pero también las hubo poetisas o filósofas como las griegas Sabo de Lesbos y Hiparchia o legendarias como Elena de Troya , que traspasaron las fronteras de los siglos con la fama ganada en su actividad…

Ya en la Edad Media encontramos grandes señoras territoriales como Leonor de Aquitania, o clericales como las grandes abadesas. Durante el Renacimiento, Isabel de Castilla e Isabel de Inglaterra fueron fuertes y temidas monarcas y Catalina de Medici y Lucrecia Borgia, mujeres de gran predicamento y poder.

En la Modernidad, figuras relevantes como Catalina de Rusia o María Teresa de Austria también marcaron-¡y de qué manera!- su época, como en lo suyo lo hizo la pirata británica Mary Read o la reina Ana Bolena… Esas figuras llegaron casi hasta la contemporaneidad en el caso de la reina Victoria de Inglaterra o su actual heredera, Isabel. Pero, por lo común, las mujeres no jugaron en el terreno del poder explícito, sino en el más oculto de la influencia, son las madres tras el trono o las esposas y favoritas, de las que se sabe que han intervenido moviendo en la oscuridad los hilos.
El que alguna mujer alcanzara excepcionalmente el poder explícito fue propiciado en determinados sistemas jerárquicos, especialmente aquellos que lo sacralizaron por parte de una línea dinástica. En ausencia de varón, una mujer puede subir al trono, lo que no significa que las mujeres en su conjunto lo hagan. Las damas a las que esto ocurre son especiales. Forman parte de líneas dinásticas en las que los varones que podían heredar se han extinguido. Los antiguos griegos poseían una forma de legitimar estas excepciones: las llamadas epicleras, que eran las mujeres que resultaban hijas únicas y por lo tanto también únicas herederas.

La mayor parte de las mujeres que han llegado a monarcas o jefas de estado han sido epicleras. La línea que llega a ellas no se puede cortar, porque su estirpe es fuerte y la defiende, en consecuencia ellas heredan el poder de la familia y su vinculación esencial con ella. Si es posible, incluso se las desposa con un familiar cercano. Éste es el caso de las grandes reinas de Europa, pero también el de muchas líderes de países del Tercer Mundo.

Siempre ha llamado la atención que algunos estados de Asia tuvieran presidentas mucho antes de que ocurriera lo propio en las democracias occidentales. Indira Gandhi, Bandaranaike, Suharto o Butto, por poner varios ejemplos, fueron mujeres de estirpes poderosas, que normalmente intervinieron en procesos nacionalistas de los que surgieron sus estados. Los heredan para la familia si no hay un varón más adecuado, cercano a la sucesión de los líderes y “padres de la patria”.

La Iglesia Católica, por su parte, tiene en su santoral, numerosas santas y además doctoras que como Santa Catalina de Siena o Teresa de Jesús, y más recientemente Teresa de Calcuta (en proceso de canonización), representan el valor femenino, que a través de la devoción a la Virgen María, reconoce el catolicismo.

Otro caso particular es el de algunas mujeres que accedieron al poder en tiempos turbulentos. No es insólito encontrar grandes conductoras en momentos de crisis agónicas. Recordamos que Velleda condujo a los germanos y Boudica a los anglos contra el Imperio Romano, como siglos más tarde lo hizo la legendaria y santa Juana de Arco en su Francia…

En el siglo XX hay figuras que se han convertido en las enseñas de sus estados por sus victorias, como fue el caso de Golda Meir, en Israel, o benefactoras de la Humanidad, como la fundadora de la Cruz Rpja, Florence Nigthingale o verdaderos íconos científicos de la talla de Marie Curie o pioneras como la mismísima primera astronauta, la rusa Valentina Tereshkova…

Pese a los ejemplos citados, ahora asistimos a un grado de fragilización de la mujer por obra de realidades socio-político-económicas. El no tener poder ni fuerza ha sido la esencia misma de lo considerado femenino, pero esa ancestral división comenzó a cambiar a la par que lo hizo la Modernidad misma. Las mujeres, ya no como individualidades por excepción, sino como ciudadanas y trabajadoras, manejan desde hace un par de siglos cierto poder que han sabido poner a disposición de sus fines comunes.

Las mujeres, organizadamente, han luchado por sus oportunidades y sus derechos, civiles y políticos, y en buena parte del mundo los han obtenido. Esto crea una nueva escena en la que la antigua excepción decae y la democracia quiere que la regla sea el mérito, no el sexo. Las mujeres de todas las democracias han aumentado asombrosamente sus capacidades educativas, a la par que sus demandas de una mayor igualdad de oportunidades y de justicia en el reparto de los bienes, tangibles e intangibles, incluido el poder. Y las mujeres, a medida que progresa su autoconciencia como sexo discriminado, desarrollan solidaridades para alcanzar metas comunes: igualdad, derechos, oportunidades, respeto y una vida libre de violencia.

Las nuevas líderes no son epicleras, sino demócratas por la misma vía en que se forman sus iguales. Thatcher, Merkel, Bachelet, Hillary Clinton..., con independencia de su signo político, son mujeres que ocupan el poder de un modo nuevo, que muestra que el espacio disponible para las mujeres se acrecienta. Sin embargo, esas presencias son todavía escasas: debe recordarse a menudo que los territorios completos del poder económico empresarial, la prensa y la opinión, la creatividad, el saber superior y su transmisión y el dominio y manejo de la religión, son actividades casi completamente masculinas. Son además los manantiales de legitimidad del poder explícito y, por ahora, todos ellos cuentan con una presencia femenina inapreciable.

Las mujeres van consiguiendo, y únicamente en democracias sólidas, estados de normalidad, paritarios, sólo en el ámbito político, pero aún tienen como colectivo un grave déficit de legitimidad.

Existe la necesidad que la mujer aporte aquella riqueza de virtudes, enfoques y claridades que le pertenecen en exclusiva, actuando directamente en todas las esferas de la actividad humana.

Cada persona es un absoluto, que vale absolutamente, sin parangón posible, y cuya exclusiva misión es la de ser en el fondo aquel alguien que —cada una, singular e irrepetible, única— está destinada a ser.
Lo que lleva consigo, para el varón, un desarrollo acabado de su masculinidad, y para la mujer, el cumplimento más cabal de su feminidad genuina… que son las maneras respectivas como uno y otra pueden alcanzar la plenitud personal que les corresponde.
Resulta sumamente gráfico, el consejo de Unamuno a un escritor novel que «se consideraba»… poco «considerado» por la crítica: «No te creas más, ni menos, ni igual que otro cualquiera, que no somos los hombres cantidades. Cada cual es único e insustituible; en serlo a conciencia pon todo tu empeño.»
Pero es que, con independencia de su fascinación, la mujer encarna de una forma muy particular, más propia y acentuada, el peculiar carácter de la persona humana y lo es de un modo más patentemente personal y más exquisitamente humano.

El “genio de la mujer” se puede traducir en una delicada sensibilidad frente a las necesidades y requerimientos de los demás, en la capacidad de darse cuenta de sus posibles conflictos interiores y de comprenderlos. Se la puede identificar, cuidadosamente, con una especial capacidad de mostrar el amor de un modo concreto, no olvidando que las personas son más importantes que las cosas…

La pensadora italiana Marta Brancatisano sostiene: «Desempeñar nuevas profesiones (desde ministro a astronauta, pasando por todo el género de tareas inventadas por la sociedad multifuncional) ha sido un simple juego para quien poseía la clave de todas ellas inscrita en su código sexual. Enumero algunas a título de ejemplo: el conocimiento del ser humano, que le permite gobernarse a sí misma y relacionarse con los demás con la apertura y la serenidad que se experimentan ante lo que nos resulta conocido y amado; la flexibilidad para pasar de una tarea a otra —que deriva de su habitual competencia para afrontar las imprevisibles necesidades cotidianas; la amplitud de intereses y la versatilidad de ingenio, fruto de la pluriforme preparación imprescindible para hacer vivir un hogar (economía, ingeniería, arquitectura, derecho privado e internacional, medicina, dietética, arte, estética, literatura, psicología, pedagogía e incluso moral y teología); su inimitable sentido de la realidad y del valor del tiempo, resultado del carácter impelente y de urgencia propios del trabajo del hogar, que, por estar directa y ordinariamente unido a la supervivencia del ser humano, no admite incumplimientos, retrasos ni tramposas simulaciones.»
Las mujeres se encuentran destinadas a vivificar desde dentro todas las profesiones —y en especial los medios de comunicación—, en absoluta paridad con los varones: con las mismas perspectivas, posibilidades y oportunidades, y con idéntica formación humana y profesional.
Siguiendo sugerencias de Brancatisano, se puede afirmar que la mujer se encuentra mucho más preparada que el varón para desempeñar la mayor parte de ellas… y que en parte por este motivo los varones tienden-sostiene- a discriminarlas e impedir que desplieguen su inigualable potencia.

Las mujeres tienen más capacidad que los hombres a la hora de organizarse y de realizar diferentes tareas a la vez. Así lo demostró un trabajo realizado por la Universidad de Hertfordshire, Inglaterra, que estudió a hombres y a mujeres mientras desempeñaban las mismas tareas, "Las mujeres fueron más lógicas que los hombres en sus respuestas, y mejores desarrollando un plan claro", advirtió el especialista encargado del estudio.


Pero este reconocimiento no es para «sacarlas» del hogar, como tampoco debe ocurrir con los varones, muy al contrario, debe conservarlas o devolverlas (a ellas) y, sobre todo, a introducirlos (a ellos) en lo más íntimo y configurador del núcleo familiar.

Y es que la familia constituye el ámbito imprescindible del pleno desarrollo tanto del varón como de la mujer, así como la condición de posibilidad para personalizar los restantes dominios en que se desenvuelve la existencia humana y, muy particularmente los medios de comunicación, proclives con frecuencia a deshumanizar y trivializar lo más grandiosamente humano, y entre todo ello, el amor.

La controversia es la palabra "diferente". Quiere decir desigualdad, disparidad entre dos o más elementos. Pero no implica que uno sea mejor que otro. Es un adjetivo relativo, no cualitativo; sólo designa la no identidad de algunos aspectos accidentales entre hombre y mujer, pero no conlleva un juicio de valor sobre el sustantivo al que acompaña. Además, expresa una relación recíproca entre los dos términos: si uno es diferente de otro, éste será también diferente de aquél.

Entender que la proposición "la mujer es diferente del hombre" es lo mismo que "la mujer es inferior al hombre" constituye un salto sofístico sin fundamento lógico.
En Argentina…

En nuestro país, la vida de la mujer en la sociedad de cada época, ha sido muy bien estudiada por varios autores entre los que se destaca Dora Barrancos, y como la historia, ha tenido etapas diversas en las cuales, como en el presente, tienen especial protagonismo.

Como ya se sabe, las mujeres son muy intuitivas y astutas, en mayor proporción que los hombres, que suelen ser más arrebatados y pasionales. Una mujer puede llevar al hombre que tenga a su lado a la bancarrota, o a la gloria; al éxito o al bochorno irreversible. Y sobrados ejemplos tenemos en nuestro país… Nos detendremos por un instante particularmente en la mujer política, que parece ser más combativa desde lo que calla e insinúa, ganando más atención desde la seducción de sus ademanes y gestos, que desde las confrontaciones violentas con el adversario, que tampoco faltan…

La mujer política en Argentina se preocupa, hoy, salvo escasas excepciones, por mejorar su imagen, al igual que los hombres, con todo tipo de técnicas disponibles, para ser “mediáticamente” más atractiva.

Sin embargo creemos que la mujer persiste en “imitar” algunos rasgos masculinos en sus discursos, en sus expresiones, cuando intenta imponer su ideología. Impostan la voz y su postura corporal se vuelve altiva y soberbia. La suavidad y la dulzura no suelen estar presentes en ejemplos recientes de Cristina Fernández o Elisa Carrió, por sólo poner dos ejemplos, que lo demuestran…

La mujer política argentina también aplica los dones de su género y eso demuestra que las mujeres llevan consigo toda una batería de artilugios, que en diferentes aspectos de su vida, serán seleccionados y puestos en funcionamiento cuando sea necesario.

A lo largo de la historia argentina tenemos numerosos ejemplos de la intervención valiosísima de la mujer en los más diversos campos, tan extremos como la guerra o el arte.

Desde las primeras mujeres blancas que llegaron con los conquistadores a estas tierras desconocidas en el siglo XVI, a las más cercanas como la legendaria india Tadea, de la que hemos hecho referencia en la visita de Rosas al Tandil, debemos contabilizar ejemplares trayectorias vitales que sería largo enumerar, pero que desde el nacimiento de la nacionalidad las tuvieron como protagonistas participando de las luchas con idéntico valor que los hombres: hubo mujeres como Martina Céspedes y Manuela Pedraza que alcanzaron por su bravura los grados de sargento mayor y alférez, respectivamente. O como Mariquita Sánchez de Thompson la “mujer de Mayo” que llevó adelante aquel primer grito de libertad, con el reconocimiento de su actividad militante en los días posteriores a la gesta.

Encontramos también figuras resplandecientes en las luchas por la Independencia como Juana Azurduy, Macacha Güemes, o María Remedio del Valle, la oficial negra que luchó junto a Belgrano, que le concedió el grado de Capitana. Otras que como Encarnación Ezcurra, fue de preponderante actuación junto a su esposo Juan Manuel de Rosas o Eulalia Ares, la catamarqueña que encabezó la revolución que destituyó al gobernador de su provincia en 1862. Las mujeres de la frontera interior, fortineras anónimas y también las encargadas de las postas que fueron arriesgadas y respetadas conductoras de empresas consideradas propias de hombres…

Pero no sólo en las armas se distinguieron, las letras tienen en Eduarda Mansilla, Juana Manuela Gorriti o, más recientemente, entre otras, en Victoria Ocampo, Alfonsina Storni, plumas de primer nivel, como lo tuvo en la pedagogía la insigne figura de Juana Manso o en las artes, geniales representantes como Lola Mora o la inolvidable Tita Merello.

Si las letras y las artes fueron campo propicio, no lo fue en menor grado las ciencias, donde fueron pioneras las médicas Cecilia Grierson, Petrona Eyle y Elvira Rawson de Dellepiane …

Podríamos continuar un inacabable listado, pero no es el objeto de la nota, por lo que dejamos para el final a dos mujeres que trazaron una profunda huella en la historia nacional, ellas son: Alicia Moreau de Justo y Eva Duarte de Perón.

En los pocos nombres que hemos dado, quisimos reflejar el amplio abanico abarcativo del accionar de las mujeres en Argentina…

Hoy en nuestro país se han dado pasos legislativos tendientes a reforzar la equiparación de sus derechos con el hombre, además de protección, como lo hace la ley 26485, reglamentada en julio de este año, que previene y sanciona las conductas que, de manera directa o indirecta, tanto en el ámbito público como privado, basadas en una relación desigual de poder, afectan la vida, la libertad o la seguridad personal de las mujeres. La ley protege no sólo de la violencia física, también de la psicológica, sexual, reproductiva, obstétrica, económica y simbólica sufridas tanto en el ámbito familiar, como en el institucional, laboral o mediático.

En su reciente visita a Tandil la Dra. Carmen Argibay, polémica integrante de la Suprema Corte de Justicia, formuló declaraciones que abonan esta postura, al decir: Hoy seguimos reclamando que se reconozcan las mismas oportunidades que tienen los hombres. Los hombres tienen miedo que los estemos excluyendo, en parte tienen razón porque somos mayoría, aunque nos traten en minoría en el padrón electoral. Por la ley de cupo que no es lo que más me gusta, los cargos electorales son del 30% para la representación de las mujeres. No tendría que ser así. La Ley de cupo no tendría que existir. Tendría que existir una ley de oportunidades.”

Para internarse documentadamente en el tema que da título a la nota, recomendamos a nuestros apreciados seguidores, la lectura de: “Mujeres en la sociedad argentina. Una historia de cinco siglos” de Dora Barrancos y Historia de las mujeres en la Argentina”, dirigida por Fernanda Gil Lozano, Valeria S. Pita y María Gabriela Ini.

En relación a las mujeres en la historia de Tandil, el trabajo del amigo y colega Hugo Nario publicado en Tiempos Tandilenses Nº 1…, nos exime de más comentarios, allí detalla cómo desde los lejanos años del Fuerte hasta los más cercanos, hubo mujeres que dejaron su sello en nuestra historia tandilense, abonando lo dicho en párrafos anteriores.

Daniel Eduardo Pérez

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