sábado, 16 de noviembre de 2013

BOTICAS Y FARMACIAS EN EL TANDIL




DE BOTICAS Y FARMACIAS EN EL TANDIL

La salud humana ha sido desde muy antiguo un tema de preocupación para la especie. En el tomo I de Historias del Tandil nos ocupamos oportunamente, de la medicina, siempre con el acento de su historia en nuestro Tandil.
Allí, asimismo, brindamos algunos datos referidos a la profesión del boticario –farmacéutico, indispensable complemento del médico.
Hoy trataremos de desarrollar, siempre en los límites que el espacio nos permite, lo que iniciamos en el citado capítulo.
Farmacia, (del latín pharmacia y éste del griego pharmakeia, veneno, droga, medicamento) es la palabra que usaron los hipocráticos para describir a una sustancia que puede causar beneficio o daño al organismo. Luego, por extensión, denominó a la ciencia y práctica de la preparación y dispensación de fármacos y  también al lugar donde se preparan y se venden esos productos medicinales, aunque este último es denominado oficina de farmacia (antiguamente llamado botica , especialmente en España), para distinguir el concepto de ciencia del concepto de lugar. La farmacia es entonces una de las ciencias de la salud que estudia la procedencia, naturaleza, propiedades y preparación de medicamentos.
Los farmacéuticos comparten con los químicos y los médicos, la responsabilidad de sintetizar compuestos orgánicos con valor terapéutico. Además, cada vez con más frecuencia, se solicita sus consejos  en materia de salud. La Farmacia incluye, también a los conocimientos sobre fármacos y medicamentos,  sobre sus efectos en los seres y las propiedades químicas y biológicas del cuerpo donde actúa, con ayuda de disciplinas de la misma farmacia o de otros campos afines.
La oficina de farmacia, el local digamos, es el lugar o establecimiento donde el farmacéutico ejerce su profesión, o sea, proporciona servicio de salud a un paciente ofreciéndole consejo, dispensándole medicamentos fruto de este consejo o por receta del médico y también otros productos de la llamada parafarmacia, tales como los de perfumería, cosmética, alimentos especiales, productos de higiene personal, ortopedia, etc. Popularmente  se le suele llamar simplemente farmacia y tradicionalmente se le llamó botica, ella puede albergar también un laboratorio de análisis clínicos (hoy están en general separados) o uno de elaboración de productos medicinales mediante las llamadas fórmulas magistrales, cada vez más raras por la existencia generalizada de los grandes laboratorios multinacionales.
Durante la colonia, se solía llamar farmacia a la profesión, y botica al establecimiento. Según el Diccionario de la Real Academia Española el vocablo farmacia designa la ciencia y la profesión de esta ciencia, y no el local donde se preparan y expenden las drogas, que llama Botica, y que es la oficina en que se hacen y despachan las medicinas o remedios para la curación de las enfermedades, como quedó dicho.
Según Francisco Cignoli, historiador de las farmacias argentinas, en las primeras décadas de la vida de los pueblos que constituyeron el virreinato del Río de la Plata, se aprecia que  no existía cosa alguna que pudiera compararse a farmacia o botica.
Los primeros médicos que vinieron a esta parte de América preparaban ellos mismos los remedios que aconsejaban. Así, en el acta del 24 de enero de 1605 del Cabildo de Buenos Aires, se consigna que el vecindario debía pagar al primer cirujano que solicitó se le recibiese como tal, don Manuel Álvarez, la suma de cuatrocientos pesos al año, más el importe de las medicinas y ungüentos que suministrase a los enfermos de la población.
Si Buenos Aires debió aguardar desde su segunda fundación, 25 años para que su Cabildo considerara la primera presentación de un profesional titulado ofreciendo prestar sus servicios médicos; la primera oportunidad de considerar una gestión similar proveniente de un boticario, tardó casi dos siglos, pues en los Acuerdos de 1770 aparece la iniciada por  Agustín Pica, a quien se lo considera como el primer boticario laico que solicitó del Cabildo autorización para ejercer su profesión en Buenos Aires según informan las Actas Capitulares del 5 y 26 de mayo de aquel año.
Mientras Buenos Aires no contó con el Protomedicato, el Cabildo intervenía directamente en los trámites necesarios para dar validez a los títulos y antecedentes presentados por los médicos, cirujanos, boticarios, etc., cuando se radicaban en la ciudad y asimismo, permitía la instalación de los profesionales, autorizaba las boticas, fiscalizaba su funcionamiento, etc.
Cignoli señala que en 1782, en el virreinato del Río de la Plata,  había unas 31 boticas establecidas y 4 botiquines. De ellos, 16 boticas  y 3 botiquines se hallaban en tierra argentina, 11 boticas y 1 botiquín en Bolivia, y 4 boticas en el Uruguay.
De las de la Argentina, 9 estaban establecidas en Buenos Aires; 4 en Córdoba; 2 en Salta; 1 en Tucumán; 2 botiquines en Mendoza y 1 en Jujuy, aunque ya antes de 1763, existían las boticas de presidios y con anterioridad  aún las de los conventos.
Antes de crearse el Protomedicato, "el pueblo estaba sujeto para la administración de remedios, aún los más delicados, a la ignorancia de Mercaderes y Pulperos, o a la voluntariedad de Médicos y ejercitantes de esta facultad y de la cirugía, que consultaban demasiado el interés propio" (Gorman. Manuscritos Nº 45)
Al principio el Protomedicato se encargó de surtir de artículos farmacéuticos a todas las boticas del país, encargándolos en cantidades considerables a las casas de Diego Thomas Fanning de San Lúcar y de José de Llano y Sanginés de Cádiz, a cambio de cueros y lanas de vicuña. Poco después, en 1782, se nombró "asentista boticario" a Francisco Marull y posteriormente a Narciso Marull , quien figura ocupando dicho cargo hasta 1809.
Desde España se recibían  "los compuestos" y desde el virreinato se enviaban toda clase de árboles y plantas útiles y, "para la Real Botica, todos los géneros medicinales, con las noticias respectivas de su uso y virtudes". (Gorman, manuscritos).
Un aporte relativamente reciente y muy útil para conocer el pasado de esta profesión fue la creación del Museo de la Farmacia, en Buenos Aires, inaugurado el 22 de agosto de 1970, con un acto realizado en la antigua farmacia “De la Estrella”, declarada oportunamente patrimonio nacional, con la dirección a cargo de la Dra. Rosa D’Alessio Carnevale Bonino, cuyo nombre lleva hoy.
En 1977 se tuvo que entregar el local y recién el 16 de setiembre de 1981, el Dr. Juan C. Sanahuja otorgó un local en el primer piso de la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la UBA, permitiendo con ello que la institución se consolidara, brindando a la comunidad su patrimonio valiosísimo, donde desde profesionales a vecinos curiosos por conocer esta rama de ciencias de la salud, pueden apreciar parte de su historia.
EN EL TANDIL
Tal como lo señalamos en el capítulo V del tomo I de Historias del Tandil, pasarían varios años desde que se fundara el Fuerte, para que aparezca documentada la existencia de un "facultado". Es en un exhorto del 30 de diciembre de 1854, cuando se nombra a un tal "don Daniel", cuyo apellido se perdió en el tiempo y que según reza el documento ejercía en el Tandil, continuando citado en otros documentos en 1855, cuando se incorpora a un boticario, Agustín Cuadri y una partera innominada.
En el capítulo citado decimos: Los malones de ese año seguramente también se llevaron, con el famoso éxodo, a estos pioneros. Un tal Cruz pasó a ser en los hechos una mezcla de enfermero y boticario, hasta que después de 1861 se perdió su rastro.
Anterior a su llegada, algunos curanderos y "manos santas", practicaban su siempre atractiva actividad, habitualmente propicia por la ignorancia y también por creencias de carácter mágicas, que abrían el camino a estos antiguos-y  aún vigentes-practicantes de "artes" curativas.
Así un tal Pedro Mallo había adquirido por el pago cierta fama, asociado a boticarios o presuntos boticarios y en algunos casos a otros respetables que, como el noruego Juan Darjap, había instalado la botica  "El Progreso", hacia 1862. Un año antes, los vecinos del pueblo Miguel García y Manuel Letamendi habían fundado la que sería la primera botica  de origen local: " La Amistad", de  corta duración y que estuvo a cargo de Honorio Guilbaux, también de ostentaciones curanderiles.  El Juez Romero se quejaba por entonces que en el pueblo " no hay médico ni botica. Mallo no tiene credenciales y Darjap es un estafador., debemos seguir la suscripción pública para traer un médico..."
Otros intentos, como el de  un tal Luis Cornille, proveniente de Dolores, habían conseguido convencer a los ediles de establecer una botica regida por él, con aporte de acciones, para desplazar a Darjap.
La  idea fructificó  y así nació la " botica popular", que hasta el mismo Fugl apoyó al entender que una botica de características como la propuesta," cuasi" municipal, sería importante.
Figuras destacadas del pueblo como el citado Fugl, Garrido y Lambín, apoyaban la tesitura de designar a Cornille como "regente" de la botica municipal, con un sueldo de $ 2.000 mensuales, cifra nada despreciable para la época.
La permanente amenaza de la difteria, la viruela, la fiebre amarilla y el cólera, tenían en vilo a la población, por lo que muchas veces aceptaban lo que tenían a mano en materia de presuntos "doctores", calmando sus miedos.
La aplicación de la vacuna antivariólica fue entonces un avance importante en el pueblo y pese a los permanentes entredichos y situaciones  conflictivas entre Mallo y Cornille, la presencia del Dr. José  Fuschini imponía por entonces  el señorío del que sabe.
Juan Fugl, convencido de la importancia de Fuschini, propuso otorgarle un subsidio de $ 3.000 mensuales, lo que fue aceptado con complacencia.
En tanto Fuschini se debatía en la soledad en su magnífico y denodado accionar, el dependiente de la botica municipal, un tal E. Dubour, convenció a los ediles de poner al frente de la misma a su padre, que ejercía en Dolores, lo que fue aceptado, siendo una vez más un dolor de cabeza para la Corporación, dado que era otro personaje adicto a la bebida que poco duró y obligó a las autoridades a intervenir la botica, a esta altura verdadera protagonista de malos tragos en el pueblo.
Los "interventores" presididos por el vecino Luis Arabehety, hicieron lo que pudieron a partir de su buena voluntad, lo que además se complicó por la enfermedad de Fuschini, quien partió hacia Buenos Aires para atenderse, llevando la comisión de tratar de conseguir un "farmacéutico", diríamos  " en serio".
En “Historia de la farmacia argentina” de Francisco Cignoli, se menciona a un  tal Juan Baladia, como actuando en nuestros pagos y en Azul, figurando entre los miembros honorarios y corresponsales en el interior del país, de la Sociedad Nacional de Farmacia, entre 1860 y 1880,  de quien no hemos encontrado hasta el momento, otra referencia.
Quiso la suerte que Fuschini en Buenos Aires se encontrara con otro italiano como él, también graduado en Padua, pero como farmacéutico, Flaminio Maderni y lo convenciera de venir al Tandil para ejercer su noble y requerida profesión.
La llegada de Maderni marcó otra etapa en la atención de la salud y la bendita "botica popular municipal", cuya trayectoria e historia, Fontana califica de "cómica" y que sólo provocó quebrantos económicos a la Comuna, pasó a ser superada por la acción profesional del recién llegado Maderni.
En el valioso folleto que Enrique Spika publicó en su periódico La Voz del Pueblo, el 20 de febrero de 1882, da cuenta de la existencia de cuatro boticas en la aldea que por entonces contaba con 4093 habitantes (en la zona rural por su parte habitaban 4710 más). Ellas eran: la Botica del Pueblo, de Manuel Ruibal, en Gral. Pinto 36; la Botica Nueva, del ya citado Flaminio Maderni en 9 de Julio 113; la Botica del Sud, de Juan S. Jaca, en 9 de Julio 120 y la
Botica de Currás, frente a la Plaza Principal en Gral. Pinto 67, todos según la nomenclatura anterior a 1897.
Gracias a don Juan Jaca, nacido en Guipúzcoa y llegado con apenas diez años a nuestro país, a la postre fundador de El Eco de Tandil, el 30 de julio de 1882, sabemos algo más sobre el tema, porque que en su periódico Jaca puso avisos de su botica ya en el primer número. Allí decía: “En esta Botica establecida a la altura de las primeras de la capital, se encuentran  toda clase de drogas al por mayor y menor a precios sumamente módicos: Entre los muchos productos se expenden: la Colodina, remedio eficaz e infalible para curar los callos; remedio para sabañones que en una o dos solas aplicaciones cura completamente el mal; la Salitina para muelas que cura casi instantáneamente las dolencias de las muelas; cápsulas mejicanas que sanan pronto y radicalmente las enfermedades venéreas. Se preparan en el mismo establecimiento botiquines para el uso de las familias que residen en el campo, a precios muy económicos. Se aplican baños de vapor a domicilio y en casa”.
Curioso aviso que nos ubica en la época y nos informa de algunos de los males que más aquejaban a la población
En el mismo ejemplar apareció un aviso de la Botica Nueva, de Maderni. Ëste decía: “En este importante establecimiento montado como los mejores de Buenos Aires  y el primero de su clase de los de Tandil, se encuentra un completo surtido de drogas frescas a precios ínfimos. En la misma se expende el legítimo Tónico Tandilense que es muy confortable”. ¡Qué tal..!
Las andanzas de aquel vasco boticario y periodista cesaron en Tandil luego que vendiera El Eco, en 1885, y regresara a Buenos Aires.
Fue en ese año en que un danés, Jorge Dahl, estableció en Buenos Aires la farmacia Danemark. Graduado en su país, dos años después de abrir su farmacia en la Capital, se estableció en Tandil lugar donde la herencia de don Juan Fugl ya florecía en la comarca. Aquí en 9 de Julio 526 abrió en 1887 la Danemark que luego castellanizó pasando a ser la farmacia Dinamarca, que por tantos años sirvió en la ciudad.
La original, según testimonios de la época, estaba instalada con todos los detalles de elegancia y calidad, desde sus vitrinas en cristal a su balaustrada en cedro y vitrales que luego el ebanista, también danés, Johannes Bennike se encargó de enriquecer más aún.
Pero no sólo muebles nobles tenía, además fue el creador de un tónico que se hizo famoso, la Yema Creosotada Dahl. Los denominados tónicos –para los lectores más jóvenes lo aclaramos- eran brebajes, pociones, que se suponían, como la palabra lo dice, que tonificaban, fortificaban al organismo....
Dahl la vendió  en 1913 a la sociedad de Ángel Ávila y Tarsicio Fernández Ävila, quienes mantuvieron el nombre de la farmacia. En 1933 quedó al frente el mencionado en segundo lugar por la muerte de su socio, trasladando la misma a 9 de Julio 667, adonde continuó hasta su cierre el 15 de diciembre de 1995.
En 1906, Perfecto González Pérez abrió la Farmacia del León luego regenteada por Adolfo Naveyra.    Otras farmacias fueron surgiendo al compás de las necesidades del pueblo y así en 1909, Manuel Esteves Lorenzo fundó la Farmacia Argentina, en Gral. Rodríguez 588, trasladándose poco después enfrente en el Nº 589, siendo adquirida por Manuel López Moyano, quien además se desempeñaba como docente y tenía buenas dotes poéticas. A éste le sucedió el idóneo Dante Torricela, con la dirección técnica del Dr. Luis Luchessi quien la compró en 1939 y fue su dueño hasta su venta a Humberto L. Conforti quien finalmente fue el último propietario, dado que luego se vendió a una mutual, dejando de ser una farmacia colegiada.
Por la misma época en que se fundó la Argentina, abrió sus puertas la Farmacia Tandil, ubicada en la calle Gral. Pinto al 600, con la dirección de Felipe Cantón, hasta que el Dr. Alfredo Rozzi se hizo cargo desde la década del ‘30 hasta 1972.
Hoy está bajo la dirección de Paula Echeveste, en 9 de Julio al 400 .Podría haber sido originalmente la de Juan D. Buzón, el que fuera destacado hombre público y tuviera su farmacia con su apellido hacia 1909, con domicilio en Gral. Pinto 636.
Otras farmacias que comenzaron en la primera década del siglo XX fueron: la Roma en 9 de Julio 613, de Oca Villa y el italiano Enrique Pizzorno ( padre del que fuera diputado y abuelo de Gino que fuera Intendente); la Colón de  Goncalves Días; la de Alfredo Mattesius; la Italiana de  C. L. Descotte; la Estación de Marcelo Sauqué; La Mutual de Inés Sada Moreno, fundada en 1928 al igual que la Pérez de Bernardino Pérez; la Cosmopolita de Eliseo Isasi y la Suiza ,fundada en 1937 por Roberto Frigeri.
Por su parte la Farmacia Central, habría sido fundada por el químico farmacéutico Héctor E. Hernández a fines de la década del ‘20-según la escasa documentación de la fecha-y fue quien se la vendió a Raúl A. Moreira último propietario antes que la adquiriera en 1991 su actual directora técnica la farmacéutica Beatriz E. Subelza.. Ubicada frente a la Plaza Independencia fue de las últimas en estar “vestida” a la antigua hoy reciclada, sus valiosos muebles fueron donados al Museo del Fuerte, donde están presentados magníficamente, desde el 8 de julio de este año..
Hoy la Farmacia del Pueblo detenta-como dijimos-el título de decana, como la única sobreviviente de aquellas cuatro registradas en 1882, (aunque fuera posiblemente continuidad de la antigua Botica Municipal…)  cambiando sus propietarios. Hoy es de la farmacéutica Gladys M. Barcia y Adolfo Edjin desde 1974.
En una parte del edificio esta farmacia mantiene aún documentación antigua, como el registro de recetas o libro recetario que data de 1898 que se inicia con la receta Nº 75.271, época en que el dueño era Juan Adaro y donde se pueden leer curiosas recetas como una del Dr. Fuschini llamada Poción Angélica…Ya en los primeros años del siglo XX el dueño es el farmacéutico Arturo Massera a quien se la compró Francisco Anné Gaztañaga que la trasladó al actual domicilio de Gral. San Martín. Muebles de rica ebanistería vestían esta farmacia, la que luego de traslados y ventas fue cambiando. Hoy puede observarse parte de ese mobiliario en el Hotel Plaza de Carretas y en Pizuela. En este sentido-el de preservación de los antiguos elementos- debemos destacar a nuestro amigo Oscar Musso quien, como todos sabemos, tiene en su casa un museo, donde la antigua farmacia tandilense ocupa un lugar de privilegio.
En el Anuario de Tandil, de 1928 editado por la Cámara  Comercial e Industrial, solamente figuran las farmacias de los Ävila, la de Naveyra y la de Massera además de la  citada Roma.
Los profesionales del rubro vieron llegado el momento de agruparse para la defensa de sus derechos e intereses y así nació el Colegio Famacéutico de Tandil el 21 de abril de 1934, siendo los firmantes del acta constitutiva: Francisco Anné Gaztañaga, Adolfo Naveyra, Tarcisio Fernández Ávila, Héctor. Hernández, J. Carabelli, Marcelo  Sauqué, A. Goncalves Días, Luis Luchessi, Bernardino Pérez y  C. Descotte.
Las farmacias que estaban asentadas para establecer los turnos eran por entonces: Naveyra, Estación, Tandil, Pérez, Colón, Argentina, Italiana, Central y Ävila. Llama la atención que no todas los  hacían, faltando por ejemplo, la Del Pueblo. Preside  actualmente el Colegio, la profesional Valeria  Almando.
Años más tarde, en 1947, el cronista Osvaldo .Fontana publicó su Tandil en la Historia. Allí señala a las siguientes farmacias con las fechas de fundación, coincidentes  con las ya mencionadas: Tandil (A. Rozzi); Dinamarca (T. F.  Ávila); Argentina (L. Lucchesi); Naveyra (A. Naveyra); Central (R. Moreira); La Mutual (Inés Sada Moreno); Colón (A. Goncalves Díaz); Pérez (B. Pérez); Avenida (A. González); Suiza (R. Frigeri) y Vasca (de Bertha  Zalk, donde la atención amable de aquel recordado amigo Zambrino, cosechó una legión de amigos), sin embargo se omiten varias.
En la década del ’50 se habilitan varias, entre ellas la Quaranta fundada por Irma Quaranta de Boiardi (1953), donde trabajó el recordado Fito Roca, que con su habitual bonhomía luego atendió en la Colón hasta su muerte.
Casi treinta años después, por su parte,  la entonces famosa Guía Morel registraba en nuestra ciudad las siguientes farmacias: Aranguren,:Argentina, Avenida, Central, Colón, Del Pueblo, Dinamarca, Jaimovich, La Mutual,  Marzocca, Pérez, Polich, Quaranta, Rabal, Roveda,  Rubbi, Suiza,  Tandil, Teren, Trulls, Ugo, Vasca y Zazkin.
El crecimiento demográfico de la ciudad exigió nuevas farmacias y así hoy existen 32  colegiadas  y 5 de tipo mutual-sindical. La última -creada en 1996- fue la Rabitti, luego no hubo nuevas, sino cambios de dueños y nombres porque una ley provincial establece el número de farmacias según la población de la ciudad, por lo que habrá que esperar el nuevo censo para determinar si en Tandil se pueden abrir nuevas. Sin embargo hay zonas de la ciudad que carecen de alguna cercana y dado la expansión geográfica, sería necesario la apertura de nuevas en barrios alejados.
En esta apretada síntesis quisimos dejar una visión panorámica de esta actividad tan antigua  e importante para la salud de la población, que nacida bajo los efluvios mágicos de pócimas, pociones, pomadas, elixires y sellos (hoy serían cápsulas), trataron de aliviar con sus preparados todo tipo de males, desde las molestas callosidades y sabañones a los dolores de muelas, desde  problemas respiratorios y de presión arterial ( para lo que sanguijuelas, ventosas y cataplasmas –entre otras-eran herramientas útiles), hasta simples resfríos o descomposturas de estómago o hígado, más de una vez provocadas por abusos alimentarios.
El antiguo boticario y hoy el farmacéutico han sido y son nuestros leales aliados en la lucha contra cualquier enfermedad, con tal de evitarnos sufrimientos gratuitos…por eso merecen nuestro aprecio.

Daniel Eduardo Pérez