jueves, 4 de mayo de 2017

LOS “MÁRTIRES” DE LA FUNDACIÓN DE TANDIL

LOS  “MÁRTIRES” DE LA FUNDACIÓN DE TANDIL
Los episodios de La Perfidia

La expedición había llegado a su fin y con los planos de Crámer y de los Reyes aprobados por Martín Rodríguez, el 4 de abril de 1823, 300 soldados a las órdenes del artillero uruguayo sargento mayor Santiago Warcalde, comenzaron a excavar los fosos del futuro Fuerte Independencia.
El acampe de los aproximadamente dos mil ochocientos expedicionarios fundadores, se hizo normalmente para estas situaciones de terrenos casi desconocidos. Oficiales y soldados compartían las dificultades propias de la situación y del clima. Los primeros días del Fuerte fueron de intenso trabajo y sacrificio por parte de los cuadros, lo que colaboró para que el antiguo mal de las deserciones apareciera una vez más: poco después del día fundacional, cierto número de milicianos, amparados por la oscuridad, huyó del campamento  sin temor al castigo de sufrir la prevista pena de muerte para esos casos.
Inmediatamente se ordenó que una partida saliera en su persecución y, el 14 de abril, la misma regresó al campamento con ocho de ellos. Rodríguez, inflexible, ordenó que se cumpliese la ley como lo exigía el Bando que el Gobernador dictara, oportunamente, en el campamento de Monte y el 15 por la mañana, los desertores fueron ejecutados. El redactor del Diario de la Expedición (se presume que fue José María de los Reyes, secretario de Martín Rodríguez), reflexionó en torno a estos hechos de la siguiente manera:

"… E  aquí a nuestra milicia cuando menos indicios daba de desconfianza en su conducta, cuando se creía que su moral no se hallaba tan corrompida, y que servirían a su país en una obra interesante a ellos mismos y sin peligro manifiesto para ello. Su conducta nos convence de su incapacidad y poca confianza. Mas estamos persuadidos que cumpliéndose la ley, y castigando su poca fidelidad, será el medio más seguro de reducir a estos hombres a que lleven su deber cuando la patria les reclama sus servicios"

El  28 de abril, o sea un mes después de su arribo, el gobernador y el general en jefe (Rodríguez y Rondeau respectivamente), partieron hacia el “desierto” al frente de las divisiones  compuestas únicamente por tropa montada y el convoy.
En la primera jornada, llegaron hasta la Sierra de la Tinta donde  acamparon en su falda occidental. Para aumentar las provisiones, los hombres recurrieron a la caza de mulitas: "Se cazaron más de 400, y esta especie abundante era suficiente para mantener el ejército algún tiempo acampado en aquel lugar".  Las tropas se mantuvieron allí hasta el 1 de mayo y el comandante envió un lenguaraz a las tolderías para anunciar a los indios la inminencia de las marchas.
Al día siguiente, las divisiones recibieron unas 200 cabezas de ganado, remitidas por el ministro de guerra (Fernández de la Cruz) desde el Tandil. El lenguaraz llegó al vivac con buenas noticias: " El contento de la futura amistad, nos decía, reinaba en todos los indios y nuestra reunión solamente la aguardan para coadyubar a la guerra contra los Ranqueles disidentes….”

El avance del 3 de mayo resultó agotador pues los baqueanos- que eran indígenas- condujeron al ejército siempre por terrenos quemados, "aniquilándose de este modo las cabalgaduras". Los enviados de los caciques "amigos" no aparecieron hasta el día 5 en que "... arribó una partida de más de veinte indios con el aspecto imponente de emisarios. Dos de ellos se distinguían entre los demás por sus sombreros emplumados, pintadas las caras y con aire grave"

El embajador principal era un hermano de Pichiloncoy; don Martín lo recibió y lo escuchó: todos los caciques se comprometían, por su intermedio, a prestar ayuda y tributaban grandes consideraciones al "Capitán Grande" (Rodríguez). La alianza podría formalizarse al día siguiente, para lo cual los indígenas solicitaban la presencia del gobernador y de sus más "Viejos Capitanes”. Rodríguez respondió que “en la tierra de los cristianos no era costumbre en semejantes actos que saliese el Capitán Grande a tratar de paz con otras naciones: que esto era obligación de sus segundos y que para este caso el general del ejército (Rondeau) ocuparía su lugar
Al insistir el emisario indio en su solicitud, Rodríguez rehusó nuevamente concedérsela; en cambio, ordenó  que Rondeau con 20 oficiales se preparase para concurrir a las ceremonias del pacto. Los enviados intercambiaron luego algunos "artículos del país" por yerba o tabaco y se retiraron.
Al día siguiente (6 de mayo), Rodríguez esperó, pero los caciques no aparecieron. Por la noche, se descubrió que los indios habían acampado a sólo dos millas del sitio que ocupaban las tropas, las que  se mantuvieron sobre las armas,  alzándose algunas voces  que sugerían atacar por sorpresa a las tolderías.
" ... La milicia que se hallaba incorporada a los cuerpos de líneas lo deseaba, sin embargo que esto no era extraño cuando palpaban el poder despreciable de los salvajes que tantas veces se habían hecho dueños de sus propiedades con tanta impunidad".
Sin embargo los ánimos se aquietaron y a pesar de la desconfianza que reinaba, se esperó a la mañana del día siguiente. "Las caballadas se habían aniquilado demasiado con las fuertes heladas diarias, la falta de pastos y las rondas que sufrían maneadas y acollaradas para evitar las disparadas nocturnas. El ganado vacuno se consumía sucesivamente y ambas especies sufrían una disminución considerable a pesar de la vigilancia que se observaba. Quedaba el único recurso para proveerse de estos artículos, y seguir la campaña con la alianza anunciada, aunque triste a la verdad, pero necesaria por la posición en que nos hallábamos".  
Al amanecer del 7, unos 400 indios se presentaron a la distancia, armados de bola, lanza y algunos sables; en el bajo de una colina inmediata, a retaguardia, se distinguía además una masa agitada de unos 800  hombres.
Rondeau y los suyos se pusieron entonces en marcha hacia el lugar donde esperaban los caciques. A poco andar, los gritos y las señales de los indios hicieron que se detuvieran; desde ese instante, la marcha se  interrumpió varias veces por las objeciones que los indígenas interponían al número de soldados, a sus balas y a sus sables. "Allanados todos estos obstáculos no eran más que demostraciones de una perfidia consumada", el general Rondeau se aproximó. Los .caciques exigieron a Lincón "para que llevase entre todos la voz en el tratado". A un ademán suyo, todos los jefes indios desmontaron de sus caballos. Lincón alzó los brazos hacia el cielo, pronunció una letanía y luego señaló la tierra: los demás repitieron la ceremonia susurrando las mismas palabras "en voz trémula y exterioridad imponente". El intérprete explicó a los blancos que de esa forma ellos dirigían sus votos al sol y lo ponían por testigo de su sinceridad y buena fe; por otra parte, juraban "que si en los cristianos se descubrían siniestras miradas”, la tierra que los había visto nacer, sería su sepultura "antes que sufrir ningún ultrage de la perfidia".
El acto conmovió a los soldados y les infundió confianza. Los hechos posteriores demostrarían que ese juramento "no era otra cosa que un paso de apariencia y política de estos viejos indígenas y que a la verdad no era fácil de ser penetrado". Finalizados los cánticos, Rondeau fue abrazado por los indios y tratado como "hermano" en señal de buena amistad, lo que retribuyó invitando a los caciques a tratar directamente con el gobernador en el campamento. Como se estilaba, dos oficiales pasaron en calidad de rehenes a los toldos, ”…en tanto que Lincón y Cayupilki se dirigieron a la tienda de Martín Rodríguez. Este los agasajó y entabló conversación con Lincón. La franqueza genial de este viejo deslumbró toda sospecha y ninguno distaba de dudar de su sinceridad".
El gobernador habló sobre los medios que los indios debían facilitar para la campaña contra los ranqueles, sobre la compra de los terrenos donde se había erigido el fuerte de la Independencia y acerca del tratado de paz perpetua. Lincón respondió con evasivas, manifestando que nada podía decidir sin la convocatoria de todos los caciques, pues los terrenos aludidos eran propiedad del común. Respecto a los auxilios, manifestó  que serían prestados al ejército más adelante, y las paces quedarían selladas a la vuelta de la expedición. Lincón regresó luego a su campo, prometiendo volver para dar cuenta de lo que hubiesen resuelto sus compañeros, por su parte, los oficiales rehenes retornaron al vivac.
El  8 de mayo, diversas noticias proporcionadas por lenguaraces y "bomberos", coincidieron en avisar  que los indios fraguaban una intriga. Rodríguez planeó entonces inspirarles mayor confianza para "caer sobre ellos en momento de un nuevo pacto".
En esas circunstancias, los caciques solicitaron nuevos rehenes antes de iniciar las conversaciones previstas para la jornada. El sargento mayor Juan Bulewski (de blandengues) y el teniente 1° Julián Montes (de húsares) fueron voluntariamente hacia el campo indígena.
El cacique Pichiloncoy se entrevistó con Rodríguez en el vivac del comandante y pidió dos Capitanes más como rehenes, para que los cuatro caciques principales acudiesen a pactar. Los capitanes Lucas Bott y Lorenzo Ferrer fueron los comisionados con ese fin. Los jefes indios aparentaron dirigirse a la tienda del gobernador pero al cruzarse a mitad de camino con los dos últimos rehenes, los aborígenes envolvieron a éstos y los llevaron a gran carrera hacia la retaguardia de su línea.
" ... Corrió la misma suerte el teniente coronel Miller (2° jefe de Blandengues) y el Porta (cabo) de su mismo cuerpo Alvendin, quienes cándidamente y sin permiso prévio, creyentes de la buena fe de los bárbaros salieron del campo siguiendo la comitiva de los rehenes y cayeron con estos en el lazo pérfido de los bárbaros .. “
Los indios alzaron una impresionante gritería, levantaron sus lanzas y desplegaron un frente de combate con rapidez prodigiosa, pero la proximidad de la noche y
aniquilamiento que los caballos habían sufrido con las heladas, impidieron que el ejército expedicionario pudiera reaccionar.
" ... Todos estos inconvenientes se tocaban, y a no ser así, fácil hubiera sido reportar en el momento un triunfo sobre estos vándalos…."
Se supone que los seis hombres, caídos en manos de los naturales, fueron asesinados esa misma noche. Los soldados comenzaron a replegarse en la mañana del 9 mayo, sin el concurso de los baqueanos que, siendo indígenas, habían abandonado al ejército y se habían refugiado entre los suyos.   .
La indiada, en número de 700, apareció sobre las lomadas "abrazando una circunferencia de más de 2 millas", sus integrantes incendiaron al campo y cargaron sobre guerrillas de la retaguardia del ejército y sobre su flanco derecho. Lo hicieron varias veces y otras tantas fueron rechazados.” A las 12 la artillería consiguió hacerles perder algunos jinetes y se retiraron en dispersión" Los indios ya no se dejaron ver hasta la llegada de las divisiones al fuerte de la Independencia el 11 de mayo.
" ... Arribó el ejército con la pérdida de los referidos seis oficiales, 2 cornetas y el lenguaraz de cuya mala fé estábamos persuadidos hasta entonces…"
El gobernador confiaba en que esos hombres aún estuviesen vivos y pensaba rescatarlos por medio del canje de algunos indios que mantenía prisioneros.
La cruel verdad apareció a la vista, los cuerpos lanceados de los voluntarios que confiados habían sido entregados como rehenes, yacían en las cercanías de una laguna la que a partir de aquel sangriento hecho, llamaron "La Perfidia", que es la actual laguna “El Chifle”, ubicada en el partido de Benito Juárez, a unos 395 km de Buenos Aires por ruta 3, a 35 km de Benito Juárez, a 7 km de Tedín Uriburu y a unos 110 km de Tandil. Con una depresión natural de unas 250 hectáreas  profundidades máximas que alcanzan los 5 metros, costas arenosas y barrosas y bastante desniveladas, es de propiedad fiscal y privada. No posee ni afluentes ni emisarios, solo unos desbordes casi permanentes que funcionan como desagote natural de las aguas excedentes. Se alimenta del régimen pluvial. Hoy la laguna es muy reputada por la pesca que  se obtiene en sus aguas.
En sus proximidades quedaron para siempre los jefes Mariano Miller y Juan Bulewski, los capitanes Lucas Bott y Lorenzo Ferrer, el teniente Julián  Montes, el porta Alvendin, dos cornetas y un lenguaraz.
Las huestes de Lincon y Pichiloncoy habían faltado a la palabra y los primeros mártires de la fundación fueron sus víctimas….
La muerte de estos valientes nos depara una curiosidad en nuestro origen, es la participación del único polaco que estuvo en esos momentos primigenios del Tandil: Juan Valerio Bulewski, otro soldado que había pertenecido a las tropas del gran Napoleón (como Crámer).
Nacido en Polonia en el siglo XVIII, muy joven se incorporó a las huestes napoleónicas en el que alcanzó el grado de Teniente Coronel de Caballería. Luego de la derrota de Waterloo, Bulewski regresó a su patria y allí, enterado de las luchas por la Independencia americana, se embarcó hacia Buenos Aires donde llegó el 14 de junio de 1818, presentándose para ofrecer sus servicios tres días después, aceptándosele , siendo destinado nada menos que al Ejército de los Andes, con el que llegó a Chile. Allí el joven oficial polaco se vio envuelto en una confusa situación que lo llevó a ser confinado por el general San Martín en el fortín de San Carlos. Absuelto, en 1819, fue destinado al Estado Mayor de Plaza, hasta que en 1821 solicitó incorporarse al ejército de Tucumán, dado que en tres años  no había podido entrar en combate, como era su ferviente deseo al llegar a nuestras tierras.
En esa situación se incorporó al Ejército de Operaciones en el Sud y aquí llegó como ¡Jefe del Detall! (la sección encargada de las cuentas)…
Murió-como ya manifestamos-lanceado en las circunstancias relatadas. Allí quedó tendido para siempre el cuerpo sin vida de este infortunado y valiente polaco, de quien poco o nada se ha divulgado, pese a ser uno de los que podríamos llamar "mártires" de la fundación.
Las conclusiones y enseñanzas, deducidas de la segunda etapa de la campaña, fueron realmente pobres. La historia de la expedición de 1821 parecía haberse repetido…

"La experiencia de todo lo hecho -escribía el redactor del Diario- nos enseña el medio de manejarse con estos hombres: ella nos guía al convencimiento que la guerra con ellos debe llevarse hasta su exterminio. Hemos oido muchas veces a génios más filantrópicos la susceptibilidad de su civilización e industria, y lo fácil de su seducción a la amistad ... Era menester haber estado en contacto con sus costumbres, ver sus necesidades, su carácter y los progresos de que su génio es
susceptible para convencernos de que aquello es imposible ... Veríamos, también con dolor, que los pueblos civilizados no podrán jamás sacar ningún partido de ellos ni por la cultura, ni por ninguna razón favorable a su prosperidad. En la guerra se presenta el único, bajo el principio de desechar toda idea de urbanidad y considerarlos como a enemigos que es preciso destruir y exterminar... " 
Las tareas de fortificación en el Tandil, en tanto, habían hecho  grandes progresos  y nuevos personajes se habían agregado al panorama laborioso y colorido de la vida en el fuerte. Ciertos comerciantes, “mezcla de buhoneros y truhanes”, habían instalado sus mostradores y la reja de alguna pulpería muy cerca de la plaza. "Seguían llegando otros muchos, y el número de especuladores ya no correspondía al de consumidores".
El frío de la estación que se avecinaba decidió a Rodríguez a no emprender más operaciones militares en ese año y a licenciar una parte del ejército. El 19 de junio, el gobernador mandó leer una proclama en la que expresaba su agradecimiento a todos los participantes de la campaña. Las milicias fueron despedidas; la caballería veterana se retiraría pronto a sus cuarteles de invierno, "cubriendo al mismo tiempo el antiguo cordón de fronteras…”
El 24 de julio de 1823 el Brig. Gral. Martín Rodríguez, emprendía el regreso a Buenos Aires. Tandil había sido fundado y nueve “mártires” habían dejado sus huesos en estas tierras de avanzada, en aras de un porvenir imaginado por el fundador cuando  dijo las conocidas palabras “esta será algún día una ciudad populosa y rica”.

Fuente principal: “Diario de la Expedición al desierto”. Ed. Sudestada, Bs. As, 1969.


                                  Daniel Eduardo Pérez