jueves, 15 de junio de 2017

DE PULPERÍAS, BARES, CAFÉS Y CONFITERÍAS EN EL TANDIL

DE PULPERÍAS, BARES, CAFÉS Y CONFITERÍAS 
EN EL TANDIL DE ANTAÑO

Desde  la época de la colonia hubo lugares donde los hombres se reunían a tomar una o más copas y entretenerse conversando, jugando a los naipes, al billar,  etc.
En ese sentido podemos afirmar que las pulperías-que además vendían provisiones varias-fueron el antecedente de los bares actuales. Eran “lugar de encuentro de la gente del campo, de criollos, indios y negros. Cobijo de arrieros y chinitas. Lugar de descanso, encuentro, diversión y desenfreno. De “aguardientes” y “cañas”. De “trucos”, “tabas” y “riñas”. De “romances” y “guitarreadas”. De “mudanzas” y “contrapuntos”. Mezcla de almacén y taberna.”
En el diccionario se la define como: “Despacho de comestibles y bebidas en la campaña, más importante que el boliche. En los tiempos antiguos las pulperías tenían en su interior rejas de hierro o de madera que separaban al público de la parte donde se hallan las mercaderías y despachaba el pulpero. La pulpería es almacén, tienda, taberna y casa de juego. Sitio de cita del paisanaje. En ella se juega a los naipes, a las bochas, a la taba y, en los días de fiesta, se corre la sortija, etc.”
Las pulperías eran hasta comienzo del siglo XX el establecimiento comercial típico en el interior
rioplatense, el centro social de las clases humildes donde se reunían los gauchos a conversar y enterarse de las novedades. El pulpero atendía detrás de una reja de hierro o de madera, para protegerse de los asaltantes y de las riñas que se producían en el lugar, que podían terminar en serios duelos con facones. El establecimiento solía contar con una o dos guitarras, para que los gauchos guitarrearan y se organizaran las improvisadas payadas y bailes criollos.
En el Tandil aldea también las hubo y se las registra tempranamente. A pocos meses de instalado el Fuerte, los aprietos financieros del comandante lo obligaban a recurrir al crédito de las pulperías pioneras, de tal suerte que ya en septiembre de 1823-según cita Gorraiz Beloqui-la comandancia se vio «librando nuevas letras a favor de Pedro Vela, Blas Mancebo, Mariano Gainza y otros comerciantes del pueblo”, documentando de esta manera, los nombres de algunos de los pulperos que operaron a partir de la fundación de Tandil.
En los últimos días de 1825 y primeros de 1826, Rosas se detiene en el Fuerte tandilense y, entre otras cosas, nos dice que “… La mayor parte del vecindario está situado al NO, 4 pulperos y 7 familias. Estas familias son pertenecientes a la guarnición que consta de 100 cazadores, 22 artilleros y 30 blandengues ... “


Por su parte Osvaldo Fontana señala que “las tres fundadas primeramente aquí fueron las de José Antonio Suessy, Pedro Vela y Andrés Egaña, la restante sería de Manuel Vázquez, del  cual había noticias que comerciaba en la región por aquella época”, las que se multiplicaron durante la década del ‘30 con las de  Mariano Miró, Zenón Huarte, Mariano Baudrix, Eustoquio Díaz Velez  que aparecen registrados como titulares de nuevos negocios y que además habían aumentado el valor de sus operaciones al compás del desarrollo del sur bonaerense, por el desplazamiento de la frontera interior.
En el Archivo Histórico de la Municipalidad de Tandil hay una interesante pieza documental, fechada en 1847,-citada por Ferrer- que registra los nombres de los comerciantes instalados en el partido, precisando el cuartel donde están ubicados sus negocios: en el cuartel encontramos a Antonio Olivera, José Antonio Suessy, Regino Barbosa, Benigno ,Mariano Baudrix; en el cuartelcita a Carlos García, Francisco Bramajo y Remigio Barbosa; en el cuartelse ubica Mariano Miró; en el 4° Francisco Cuello, Manuel Mejía, Miguel García, David Richardson, Fermín White y  Pedro García; en el cuartelestá José A. Uriarte y en el 6°, José Pérez .
Con la fundación del Fuerte Independencia, en 1823, y con el aval del gobierno de la provincia, los Vela instalaron una gigantesca pulpería en solares muy cercanos a la fortaleza, aproximadamente por donde hoy funciona el Bar Ranas frente a la Plaza Independencia.
Tanto militares como  los pocos pobladores que había aquí por entonces, no tenían demasiadas opciones para hacer las compras para la subsistencia cotidiana.
“La pulpería de los Vela fue de las primeras en asentarse, en un solar cercano al fuerte cedido por el propio general Martín Rodríguez, como lo revela un documento de mediados del siglo XIX: “el gobernador de la Provincia de Buenos Aires y General en Jefe de su Ejército Don Martín Rodríguez concedió un solar en el Pueblo del Tandil a Don Felipe Vela en el año 1823 para poblarlo según éste lo solicitaba”. Allí levantaron su casa de negocio, consistente en un rancho de quincho y un pozo de balde rodeados por un cerco de tapia”.-afirma Mosse.
Los ingresos, al comienzo, no eran muchos pero eran seguros. Cuando los soldados de la guarnición cobraban sus salarios, de tanto en tanto, no había muchos lugares donde gastar el dinero más que en las pulperías. Por otra parte las largas distancias hacían que habitualmente fueran los pulperos quienes adelantaran dinero para poder efectuar los pagos, a cambio de vales que luego debía reconocer y abonar el gobierno provincial.
Hacia 1830, Vela seguía apareciendo en los documentos oficiales ligado a la provisión de esos adelantos a favor del Estado: “Don Pedro José Vela, vecino del Tandil, presenta en la Tesorería del Gobierno una libranza en la que consta que Don Manuel Vázquez [habilitado por Vela para continuar con sus “negocios” en Tandil] ha entregado 2.342 pesos para pagos del Escuadrón Nº 7 de Caballería de línea”, dice un  documento citado por Mosse.
Ya en 1858, el  prefecto Juan Elguera,  dejó un informe que pone en claro que Tandil había superado el inicial estancamiento de la década de 1840-1850 y nos dice que el pueblo se componía de 86 casas habitadas por 344 personas, siendo la guarnición fortinera, en ese momento, de 60 guardias. En ese relevamiento efectuado por Elguera, se da cuenta de la existencia de 19 comercios, 3 hornos de ladrillos y varios artesanos tales como carpinteros, herreros y hasta la escuela que, recordemos, había mandado fundar Sarmiento, además de un rancho que oficiaba de capilla. No especifica si entre los comercios había alguna pulpería pero seguramente  así era.
Pocos años después- más precisamente en 1860- podemos citar al comercio que marcó una época y fue de los más importantes, incluso hasta entrado el siglo XX, ya que perduró hasta 1935. Nos referimos al almacén de Juan Gardey, ubicado en la actual esquina de Gral. Belgrano y Gral. Rodríguez, con construcción hacia esta última calle, donde actualmente está el A. C. A.
Este almacén era de los llamados de ramos generales, donde el vecino podía comprar desde comestibles hasta semillas, forrajes, elementos de ferretería, ropas y hasta combustible, entre otros productos, además de comprar y vender los denominados " frutos del país". Allí los vecinos urbanos y rurales, depositaron tanta confianza que dejaban dinero y documentos, de tal suerte que lo convertía eventualmente, casi en un  banco, operando también con despacho de bebidas donde se reunían los vecinos, siendo el que marcó en el siglo XIX, un hito del micro centro local.
Hacia 1882, documentación de la época-publicación de La Voz del Pueblo de Enrique Spika- nos dice que entre los comercios contemporáneos al de Gardey, casi todos ubicados en lo que hoy hemos denominado centro y en las proximidades, había cinco puestos de frutas y verduras, dos cervecerías, tres hojalaterías,  dos chancherías, dos talabarterías, cinco carnicerías, seis zapaterías, cuatro peluquerías, dos molinos, tres hoteles, trece tiendas, una mercería, seis  confiterías, seis panaderías, cuatro boticas, dos casas de servicios fúnebres y entre otras firmas comerciales, cuatro platerías,  una casa de fábrica de carruajes y hasta dos casas de bailes.
Se acercaba el tiempo de los bares…La palabra bar (del inglés bar, barra) señala un establecimiento comercial donde se sirven bebidas alcohólicas y no alcohólicas y aperitivos, generalmente para ser consumidos de inmediato allí mismo en un servicio de barra. El primero  de Buenos Aires, de acuerdo a registros históricos, en el año 1769, fue Almacén del Rey. El 2 de enero de 1799 abrió el Café de los Catalanes, el primer café “elegante” de la ciudad, que fue lugar de reunión de grupos que comenzaban a organizar acciones contra el régimen del Virrey, en momentos previos a la Revolución de Mayo.
En Tandil en sus primeros tiempos, esta nueva “empresa” conserva la característica de tener destinatarios masculinos y estar ubicados en las manzanas de lo que llamaríamos el microcentro. El Bar Génova, de Pablo Depietri, se registra como el primero en abrir sus puertas en la década de 1880, en el mismo negocio de cigarrería del que es propietario, para luego trasladarse a la esquina de Gral. Pinto y Riobamba (hoy Alem). El Génova bajó sus persianas en 1912-afirma El Hage.
Siempre en los comienzos de 1880, los tandilenses tenían lugares de buen pasar: "La Fonda del Medio" de Santiago Garibaldi y al lado (hoy Banco Provincia) la clásica confitería de fin del siglo pasado, "La Unión" de Sampaul, donde podían adquirirse y consumirse los más exquisitos platos y las mejores bebidas y donde los vecinos concurrían a “hacer sociedad”, como también lo hacían en “El Progreso” de Andrés Speroni en la cuadra siguiente, a pocos metros de la anterior, vendida luego a Larrache y Ansa quien luego abrió "La Uníversal” más conocida como  "Lo de Ansa", fundada en 1888, que comenzó su vida comercial como confitería (fábrica de masas y servicio de cafetería) fue muy concurrida por los vecinos quienes encontraron allí refugio para sus charlas y debates…
Asimismo, cuando se mudó al local que hoy refaccionado es el Círculo de Suboficiales (en 9 de Julio al 400), habilitó un salón reservado para las familias, un despacho de bebidas, cuatro billares y mesas para juegos de naipes. El final de sus días fue en 1917.
Ya por entonces el Café y Hotel de la Piedra Movediza de Dhers, en la esquina donde hoy está Golden, hacía varios años que era reconocido y hasta citado por visitantes extranjeros.
En Gral. Rodríguez casi Gral. Belgrano, en 1882 figuraba el Café San Martín, donde después estuvo el expreso Villalonga y en Gral. Belgrano, al lado de la Escuela N° 1 (entonces graduada de varones), estaba  la Confitería del Colegio.
En esa década pionera en este rubro que hoy comentamos, se cuentan otros lugares como la "Fonda de Magret", alumbrada a kerosene en pleno 1880, en un local de Gral. Mitre al 600 casi Gral. Rodríguez que en principio tuvo corta vida ya que cerró al año siguiente y “según se dice, fue el tablado para  la primera función de títeres que  se  presenció en el pueblo”, así como una de las "canchas" donde se ofrecían riñas de gallos y en sus últimos meses, se realizaban reuniones bailables para el Carnaval.
En el lugar lo sucedió el café de P. Irigoyen que enseguida dejaría su espacio para el retorno de los Magret con el legendario El Pasatiempo, cancha de pelota y bar, esquina que con los años se transformaría en la fábrica de calzados La Movediza; todavía en 1929 figuraba el "Café Bar Colón", de Juan Bidone en Gral. Rodríguez 635 (en donde se levantó a mediados de siglo XX el edificio Independencia), nacido en 1911 y donde don Juan contrataba una orquesta para animación a la hora del té y del tradicional copetín; la cuadra de Gral. San Martín al 600, tuvo por su parte, para la época que mencionamos,  un bar que hizo historia en la ciudad: el Bar Victoria de Francisco. Laza y Ángel Colombo (1918) y luego de Tazza y Carrillo, donde además se podía disfrutar de la música de la vitrola y jugar al billar. Alcancé a conocerlo y tomar alguna merienda con mis padres antes que cerrara en la década del ’60. Allí con los años, se instaló la tienda Beige; por su parte en Gral. Rodríguez al 500, estaba  el “Bar Central”.
Al clásico billar se le agregó música a veces con orquestas en vivo, iniciativa que otros bares, como el "Apolo”, también incorporaron.
Otro que se hizo eco de esta novedad fue el ya citado bar y confitería "De Sampaul", en la esquina de 9 de Julio y Gral. Pinto (solar donde hoy está el Banco de la Provincia). Tenía dos mesas de billar, mesas comunes de rnadera sin manteles y sillas tipo Viena. En horas de la tarde o del copetín, la animación musical corría por cuenta de una “orquesta” en vivo, y cuando ésta faltaba,  el fonógrafo pasaba grabaciones de Columbia o de Record, con la música de  moda de la época, como la de los Gobbi a los que se los llamó Los Reyes del Gramofón.
Alrededor de 1906, en donde actualmente se encuentra ubicada la tienda "La Capital", en la esquina de 9 de Julio y Gral. San Martín, estaba instalado el recordado Bar "El Moderno", propiedad, en la época, de José Salsamendi y Bautista Etcheverri. Este bar constituía el centro de reunión familiar donde se llevaban a cabo veladas de camaradería y se pasaban películas-en blanco y negro por supuesto-a las que mediante la aplicación de un aparato especial, se le otorgaba color azulado. Al costado del proyector,  estaba el fonógrafo, mediante el cual se pasaban grabaciones adecuadas a la película, elemento que ponía una nota diferente en aquellas primeras manifestaciones del cine mudo.
Ya en 1905, en donde estuvo la confitería "Rex", Pedro Manggiarotti era propietario del Bar Americano, el cual había sido explotado por José Salsamendi. Mangiarotti, visionario y emprendedor, comenzó a otorgarle aproximadamente para mediados de 1906, nuevas características. Anexó billares, amplió el salón y comenzó también con la exhibición de películas, siendo la primera "La hija de los guardabosques".
Nació así una competencia entre los bares "El Moderno" y "Americano". En 1913, "El Moderno" se incendió y lo compró posteriormente la firma Colombo y Bidone, quienes reconstruyeron el edificio. Aproximadamente para el año 1915, Colombo se retiró y continuó Bidone, con el Cine Bar Americano, pasando en la ocasión películas de los sellos Pathé y Gaumont, como "Arsenio Lupín", "Fantomas", "Rocambole" y "Madame Bovary"… No era una casualidad que las primeras producciones cinematográficas que  triunfaron en aquellos pioneros cines, fuesen las historias, héroes y heroínas de las novelas por entregas: desde Fantomas a Ultus, pasando por Rocambole, Zigomar,  el Conde Hugo o Maciste.
Época de la primera guerra mundial en la que se exhibían los primeros noticiosos de los acontecimientos de ella. En la calle Gral. Rodríguez, existió hacia 1916, el Cine Bar París, propiedad de César Bayón, sala que se caracterizaba por la exhibición de películas en serie. Años más tarde, este salón fue adquirido por el señor Martinicorena, quien comenzó a exhibir “las de cow- boys”. Entonces, la entrada para los niños costaba cinco y diez centavos, precio en el que se incluía un cucurucho con maníes. El Cine Bar París  en los ‘40 era de Mario Vena y Delia Díaz de Cereghetti, después se trasladó a Alem 736.
En esa misma época, Tandil poseía dos salas teatrales, una que pertenecía a la Sociedad Española, el teatro Cervantes, el cual hoy conserva, y el Teatro Italiano, propiedad de la Sociedad Italiana, instalado en el mismo sitio donde se levantaba el desaparecido Super Cine. El 20 de octubre de 1920, el cine bar Americano cerró y en 1921 Bidone se hizo cargo del Cine Italiano.
El mismo día del centenario de Tandil, 4 de abril de 1923, el Cervantes inauguró sus nuevas instalaciones en Gral. Rodríguez 636-40, con la proyección de la película "Honrarás a tu madre” con Mary Carro y como complemento “Cobra la venenosa", con Pola Negri.  Tandil todavía no contaba con un servicio eléctrico de características importantes y se daba la circunstancia casi jocosa, para hoy, que cuando ambos proyectores estaban en funcionamiento simultáneamente, buena parte del pueblo quedaba prácticamente sin luz, razón por la cual los dueños de estos primeros cines que nacieron asociados al bar, debían conciliar los horarios en que cada uno haría sus proyecciones.
De estas épocas Enrique Piñeiro recuerda que: “Con la electricidad vino el cinematógrafo. Las cintas se proyectaban una vez que oscurecía en un bar y confitería que estaba en la esquina de nuestra casa. Duraban  cinco a diez minutos y daban varias en la tarde.
Nosotros estábamos atentos y cuando veíamos que se apagaban las luces del Bar, corríamos a la vereda de enfrente y mirábamos a través de las puerta! Por cierto que no éramos los únicos. ¡Era la gran atracción!
Cuando estaba mi Padre en Tandil a veces nos llevaba. Como había que hacer “consumación”(sic), él, que nunca tomaba entre comidas, se veía obligado a tomar algo. Nosotros pedíamos lo único posible: pastillas de goma Mentolinas o Rosalinas”. 
Museo de historia y de sus costumbres, un café debe reunir ciertas características, o al menos algunas de ellas: una determinada cantidad de años en el rubro, que dentro de sus paredes hayan ocurrido sucesos que puedan ser de interés cultural y que, además, pueda ser considerado un referente, un infaltable que le dé identidad a un barrio o una esquina. 
En Tandil referenciamos algunos de los más importantes en la primera parte, ya en la década del ’20 a los bares-cafés mencionados: Colón de Juan Bidone, Americano de Yunis y CíaLa Bola de Oro de Juan Sánchez y el famoso Pasatiempo  de Magret Hnos, todos en la calle Gral. Rodríguez, se sumaban a los afamados La Armonía de Tomás Ges y el ya citado Tokio, en la calle 9 de Julio, que tenía rasgos especiales, fundado en 1926, era propiedad de los hermanos Nakama,  japoneses, y su especialidad era el cacao, mientras los demás ofrecían el tradicional café.
En la cuadra de Gral. Rodríguez al 400, don Isidoro Pellitero, padre de nuestro inolvidable Antonino, tenía su confitería hacia la década del '20, zona en la que años después se instalaron para hacer las delicias de los chicos el griego Galufa y el albanés Jarito, con su caramelería, lindante con otro pedazo de la historia de Tandil: el Bar Tito  fundado en 1934 que fue refugio de bohemios y donde se comenta que Osvaldo Soriano escribió buena parte de “No habrá más penas ni olvidos”. Era referencia obligada en una época, para la salida de micros para trasladar a jóvenes a bailes en zonas rurales, los que fueran famosos “bailes de campo” y figuras como la del recordado atleta Cesáreo Rodríguez, perduran en la memoria…
La cuadra siguiente tenía para los que pasamos el medio siglo, dos lugares inolvidables: la librería de los hermanos Villar, pasillo en el que se ofrecían libros y se prestaba para la tertulia intelectual y la memorable y casi legendaria Confitería Rex, que en su época de gloria atendieron Alonso y Berrozpe, que estaba donde después tuvo su sede social la Sociedad Española (hoy demolida) y por cuyas mesas y tras un café o una bebida, pasaron generaciones hoy nostalgiosas de aquel lugar tan especial que inmortalizó Gombrowicz en la década del ’50, cuando en un Tandil que sólo ha quedado retratado en las fotos, la tradición oral y las crónicas de la época, un pueblo de 70.000 habitantes, en la mesa que tenía allí, se reunía con los entonces adolescentes: Dipi Di Paola, Mariano Betelú, Chivo Vilela, Magariños, Tirri, Ferreyra.
Ese hombre, que bordeaba los cincuenta años, fue para estos veinteañeros provincianos un auténtico maestro socrático, con el que tanto podían hablar de la vida en Tandil como analizar el estado literario y cultural de la Argentina, o abordar temas metafísicos o filosóficos.
El polaco fue quien dijo: “En Tandil soy la persona más eminente! ¡Nadie puede compararse conmigo! Son setenta mil... setenta mil inferiores ... Al pasear, mi cabeza es como una lámpara ..”, cuánta soberbia!
Las tertulias danzantes con la presencia, entre otros, de los músicos de Donvito, también fueron una etapa inolvidable del pasado de la Rex .
En la cuadra de Gral. Rodríguez al 600, la de las "masitas", estaba el café de la confitería El Molino, que terminó atendiendo el querible flaco Florit y donde en la década del '50, el inolvidable Rotary Bodegón o el Ojo como se lo conocía, era cita obligada de la bohemia y hasta lugar visitado por  turistas.
Otro bar que hizo historia fue el famoso Bar 9 de Julio, había nacido en 1935 en lo que después fue Galver (hoy Carrefour) y luego pasó a la esquina de Gral. Pinto y 9 de Julio (hoy galería), de Carlos Pina y Miguel Tosssini, allí el ajedrez y el café o la copa y las barajas, ocupaban el ocio de los tandilenses de aquellos inolvidables años.
El Bar Firpo, ubicado en 14 de julio 201, se inscribe  también entre los legendarios. La historia cuenta que el inmueble se levantó en el año 1908 y fue recién en  1924 cuando recibió el nombre de Bar Firpo, en honor al inolvidable boxeador de principios de siglo pasado. De más está decir la relación que une a los deportes populares (futbol, boxeo, turf en aquella época) con los bares como este caso.
El Bar Firpo fue desde sus orígenes un lugar abierto a toda la comunidad. Los vecinos de la zona lo utilizaban como almacén o para tomar un trago. También fue un punto de reunión para grupos de amigos o vecinos comprometidos pertenecientes a distintas expresiones.
El bar tuvo seis dueños, según algunos colegas. Quizás los más recordados sean los hermanos Algañaraz que lo tuvieron por casi 40 años.
Pese a haber pasado por tantas manos, la estructura aún conserva su fachada impecable. Considerado patrimonio cultural de Tandil, El Firpo conserva en sus rincones incontables…... Hay características del bar que se mantienen desde 1908. Los altísimos estantes, el suelo de madera, los detalles en chapa y hasta botellas y accesorios que datan de más de un siglo.
Entrar al Bar es un viaje en el tiempo. Los nuevos propietarios le dieron especial importancia a la ambientación.  "Nosotros no podemos ni queremos cambiar la historia. El Firpo es de Tandil y tiene que volver a ser como era antes. Con las barajas, el Gancia y la picada tradicional. Los platos fuertes van a ser los sandwichs y las chuletas con papa y huevo.  Pensamos en un menú popular que pueda acercar a toda la familia. Lo mismo para la gente que venga a compartir un trago. Nosotros le damos la botella de fernet, de Cinzano y ellos se van a servir su medida”-manifestaba recientemente su nuevo propietario Luis González.
Luego del fugaz paso del famoso Raúl Lavié como propietario, sueña con recrear la atmósfera de años anteriores, pero también piensa en los bares de España en donde la gente pasa luego del trabajo para despejar la mente y volver más relajados al hogar. "No es sólo un bar de copas, la gente puede venir a comer, a jugar al dominó, al truco o al mus, también estará abierto para peñas de amigos o encuentros casuales. Creemos que la propuesta es tentadora para nuestra gente y también para el turismo. Es un nuevo punto que suma otro ítem a la larga lista de atractivos que ofrece Tandil".
Otro bar con historia fue el Ideal fundado por un tal Juan Nassi en 1932, tuvo un momentáneo cambio de nombre durante algunos años. Le pusieron Bar Emilio, hasta que Murno y Sommer, en el ‘45, le restituyeron su nombre original.
Bar cargado de historias, desde la del enano Coquito de 55 centímetros, sin brazos ni piernas por el que la gente pagaba dos pesos para verlo y  lo único que hacía era insultar a los parroquianos por los inicios del ’50…
Por allí pasaron personajes paradigmáticos: Reyes Dávila, Camilo Borga y Lucho Mestelán-recuerda El Hage en sus “Memorias del Bar Ideal”. “Era el bar de la tandilidad, del fútbol, de la política, de la amistad, de los negocios fallidos. Era el bar del pueblo chico, por eso el Ideal muere en los’90, cuando llega la globalización y el rango de ciudad intermedia que toma Tandil”-afirma El Hage Allí el autor relata alguna de las mil anécdotas que se cuentan de su historial desde cuando Caligiuri, en 1977, trajo el primer televisor  y el bar enmudeció, sobre todo cuando llegó la TV color que era un Philips de 29 pulgadas; a cuando la gran Tita Merello estuvo en Tandil en 1957, actuando para un aniversario de la ciudad y después volvió en 1971 y una vecina le había escrito pidiéndole que la aconsejara porque su novio, le pedía la prueba de amor. Tita le contestó que no se la diera, que lo hiciera esperar, que si el tipo la quería iba a aguantarse las ganas. “En aquel verano del ‘71 Tita estaba de incógnito en Tandil. Fue al Ideal a tomar un café, se sentó al lado de la ventana y justo pasó la vecina de la carta y la reconoció. Se acercó y le dijo que su novio no la había esperado, que le había colgado la galleta. ¿Qué puede decirme usted ahora, Tita?, le preguntó nuestra vecina. Y la Merello, con ese vozarrón malevo que tenía, le contestó: “Que te jodas, querida. Ya eras bastante grandecita para hacerme una pregunta tan p…”. Tuvo también su lugar para pequeñas orquestas que amenizaban las tertulias de los parroquianos…Hoy Fraween’s ocupa el histórico solar….
Los bares y cantinas de los clubes de barrio, especialmente, también fueron lugares de reunión social. Horacio Romero, cantinero del Club Boca recuerda que  “En el año ‘58 empecé con los bares. Recién terminaba el colegio y mi papá agarró la cantina del club Defensores de Belgrano. Con el tiempo me enganchó esta historia y así fui pasando por todos lados”. La lista incluye al Hípico, Independiente, la confitería Rex, Jhonny, Atila, Santamarina, Rivadavia, Ferro, Uncas.  “A veces tuve dos o tres negocios en paralelo. Había que rebuscársela. Probé con otros rubros y no funcionaron, a esto lo conozco bien. Además de que me gusta, claro”.
En la década del ’50 un nuevo aporte se sumó a nuestra historia. En Gral. Las Heras, entre Alsina y 4 de Abril-querido barrio del Club Excursionistas-estaba el almacén "San José" del matrimonio de José y Micaela Tolosa, el que en 1951 fue transformado por su hijo Ignacio en el "Bar Tolosa". Nacía con él lo que a la postre sería un hito en el rubro y centro de reunión de reconocidos vecinos. Un bar “elegante” como los que mencionamos al comienzo en Bs As…
Ignacio y su esposa Herminia Fernández, pusieron su sello de calidad y excelencia desde la presentación de las mesas, hasta lo que en ellas se servía, producto de la elaboración propia, esmerada y llevada a cabo con los mejores ingredientes disponibles.
Sus copetines alcanzaron fama nacional y no sólo los disfrutamos los tandilenses, sino además cuanto turista o visitante ilustre llegaba a la ciudad. Fina platería y cristalería servían de regocijo visual, para acompañar las exquisiteces que doña Herminia ponía a disposición de la clientela, que además podía elegir la bebida de su preferencia de la bodega más importante que tuvo Tandil, porque don Ignacio tenía la "debilidad" de nutrirla con las marcas y procedencias más variadas. Champán francés, vodka ruso, wisky escocés, coñac español, vinos italianos, chilenos, franceses, españoles y de cuanta nacionalidad hubiera en el mercado estaban allí cuidadosamente estacionados a la espera del paladar más exigente.
El lema de los Tolosa fue hacer del bar "un lugar de gente de bien" en el estricto sentido de las palabras. Allí se reunían desde acaudalados vecinos hasta jóvenes con sus novias provenientes de la clase media trabajadora. No faltaron las mesas donde la política quedaba de lado y la amistad superaba barreras de otro forma infranqueables para la época: peronistas, radicales, conservadores-don Ignacio era de los de la boina roja-disfrutaban de la atención de este verdadero artista de la especialidad.
Luego del repentino fallecimiento de don Ignacio, en 1980, siguió su esposa Herminia atendiendo el bar, con la colaboración de su hija Susana y su yerno Edgardo Barbeito, quienes al fallecer doña Herminia continuaron su labor hasta 1991.
"Lo de Tolosa" quedará en el recuerdo de todos los que conocimos y tuvimos la dicha de disfrutar de ese exponente único del arte-casi desaparecido-de atender un bar con el sello de un hombre y de una mujer que quisieron dar lo mejor y hacer un amigo de cada uno que atravesaba aquel mágico templo del buen gusto.
Por estos días El Hage en su columna “Crónicas del pago chico” en eldiariodetandil.com  nos dejó una pintura sobre el Esplendor y agonía de la mesa de café, donde desgrana características de estos tiempos. He aquí algunos de los sabrosos recuerdos: “La postmodernidad global-dice- se ha llevado puesta muchas cosas, entre ellas la de un ritual tandilero en vías de extinción: la mesa de café. En la aldea hubo (y todavía quedan algunas) mesas legendarias, pobladas de parroquianos que cumplían a rajatabla con la cita de la amistad. La Mesa de los Galanes, la Mesa de los Tibios, la Mesa de los Amigos en el Golden, la Mesa de los Tres Mosqueteros son algunas de estas Instituciones libres del pueblo que supieron poblar los bares y otros reductos gastronómicos de la ciudad”.
“Una de esas mesas tenía una chapa de bronce como referencia. Habría de nacer y morir en un mismo café, el Bar Liverpool. Fue La Mesa de las Causas Perdidas. Se perdió, esa mesa, cuando el país implosionó en el 2001 y el dueño del boliche subió el café de $1 a $2 en un minuto. Hubo enojos y deserciones. Y la mesa voló por los aires. O más bien se recicló. Pues con el tiempo habría de convertirse en La Mesa de los Tibios. Instalada en el bar de la Uni, los recordados Aníbal Tuculet y el Cafra Tumini, más Francisco Lester, el escultor Alejo Azcue, el joven Ignacio Fosco, el veterinario Gustavo Carreras y este articulista eran algunos de sus miembros más conspicuos. La muerte de Tuculet, más cierto hastío social, disolvió la mesa de un día para otro.
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“La Mesa de los Amigos del Golden es una de las pocas que se celebra en el día a día. Reducto de vecinos sesentones se aposenta sobre la vidriera de calle 9 de Julio. Su conformación es heterogénea. El maestro del fuelle Norberto Matti y el martillero Mario Iriani son parte de esta logia que también hace ya un tiempo recibió un mazazo brutal: la muerte de Carlitos Vitullo. El Golden también posee otras dos mesas que tienen sus propias genealogías: una la ocupa el rector de la Unicen, Roberto Tassara, y funcionarios de su entorno más cercano, los sábados por la mañana. La otra resiste en un área del boliche que había sido acondicionada para fumadores, que da a la calle Pinto, y es la Mesa de la Rosca Política. Su temperatura sube en tiempos electorales o pre electorales, pero ningún periodista dejará de pasar por allí en busca de algún chimento de primera mano.
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“La tradición oral da fe de que cuando murió Lucho Mestelán, que tenía su mesa futbolera en el Bar Ideal, nunca más nadie se atrevió a ocupar su silla.
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“Con todos estos dones, aun así las mesas de café están tendiendo a desaparecer. La nueva oleada de inmigración VIP portando otras costumbres, el tsunami de la globalización, el altisonante volumen del plasma en los bares, son algunos de los tópicos que conspiran contra ellas
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“Hecha a la medida de la masculinidad, la mesa de café en estos días es tan escasa como la imagen de una mujer cafeteando sola en algún bar del pueblo. Como si los bares fueran un universo excluyentemente de varones”-finaliza.
Hace algunas décadas las confiterías Flamingo, Moritat o Grisby, tuvieron su espacio en la calle 9 de Julio y fueron moda por bastante tiempo, sin olvidar, entre otras,  El Cisne, Jockey Club,  Don Roque, Gypsy, el Bar Dos Leones, el Café O’Key de Spreafico  y el CaféArte “La Esquina”de Vicente Murno en el que el recordado Julio C. Díaz organizaba exposiciones artísticas como novedad, en donde hoy está Plus Color.
En el barrio de la Estación, por su parte, hubo varios entre los que se destacaron el de la misma Estación con sus platitos de picadas, El Soldado, el Bar Tronío y  después la Pizzería El Maestro del ucraniano Felipe Prytuluk, todos en la avenida Colón como el de Forgue, en la esquina con Garibaldi.
Por supuesto en los distintos barrios  también los hubo y a ellos dedicaremos en el futuro una nota.
A los bares y confiterías que tuvieron ese colorido especial en el centro tandilense, y que  dejaron su huella como los citados, hoy, con otras modalidades,   se incorporaron entre otros: Liverpool, Golden, Bar-Tolomé, La Vereda, Frawen’s (sucesor del mítico Ideal), Antique, Molly Malone, La Vereda, Figlio, Dell’prini  y  los  más recientes Mariano y Martinez,   que marcan el rumbo donde el público se vuelca a tomar su café, su cerveza, su wisky o su gaseosa y degustar su tostado o las medias lunas…
Son otros tiempos, sin orquestas, ni billares, ni vitrolas, ni ajedrez y sin algunos  espacios para el pool y el bowling, que supieron tener otras mejores épocas …

Bibliografia principal: El Hage Elías: “Memorias del Bar Ideal” y DiariodelTandil.
Fontana, Osvaldo: “Tandil en la Historia”, 1947.
El Hage, Elías:”Tandil. El libro de oro”, 2012;Ferrer, Eduardo: “Tandil en los documentos”, 2008; Fontana, Osvaldo: “Tandil en la Historia”, 1947; Gorraiz Beloqui, Ramón: “Tandil a través de un siglo”, 1958; Mosse, Valeria: En “Vivir entre dos mundos”: ””Una tierra de infinitas posibilidades en la frontera sur de Buenos Aires. Don Pedro José Vela”; Piñeiro, Enrique: ““Recuerdos de mi infancia y juventud;” Spika, Enrique: “La Voz de Tandil”,

Daniel Eduardo Pérez

5 comentarios:

  1. Muy interesantes Daniel estas historias, posiblemente sin conocernos por entonces veo hemos estado ambos por el bar Victoria en San Martin. Respecto del almacen hoy conocido como Gardey fue originalmente de Proverbio y Gardey. Pio Proverbio tambien fundo una entidsd gremial y luego la Camara Comercial ( hoy Empresaria) y tuvo varios cargos en ella incluida la presidencia. Cuando fundo la CE anoto su sociedad comercial como primer socio (Proverbio-Gardey)

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  2. excelente histotia estoy escribiendo un libro y necesito info ya q muchas cosas no se .ya q soy coleccionista de tandil pero ahy material q no tengo hace 3años comenze a coleccionar .ya q colecciono otras cosas me gustaria contactarme con vos muy atte gustavo alvarez

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  3. En semejante relato Se olvidaron de un bar muy tradicional de tandil en la calle Pinto y 9 de julio...Johnny( no sé si está bien escrito)

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  4. Buenísimas historias! Quería saber del Hotel y restaurant Victoria que funcionó en Machado frente a la estación de trenes. Si hubiera imágenes sería genial. Gracias!!

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  5. El ultimo día de 1924 Don Pedro P. Castelnuovo y su familia decidió inaugurar el almacén y despacho de bebidas Firpo que se encuentra en la calle 25 de mayo y 14 de julio. Se trataba de ofrecer un servicio completo a los numerosos trabajadores de las canteras ubicadas en los cerros cercanos. Actualmente mantiene el mismo nombre y la estructura intacta. El lugar provoca admiración entre los turistas y los propios tandilenses que lo van descubriendo. Ya no hay libretas como en 1924 para anotar el fiado, y este almacén que sobrevivió a todas las crisis ya no fía. Sus paredes cuentan historias…

    La esencia del almacén de ramos generales perdura intacta como un viaje en el túnel del tiempo. Una visita al Bar Firpo nos hace revivir aquellos viejos buenos tiempos. Por la calle 25 de mayo don Pedro construyó una cancha de bochas iluminada, donde los parroquianos junto a unos buenos vinos pasaban horas jugando. Don Pedro abría su negocio a las 7:00 de la mañana y en forma continuada trabajaba hasta las 23:00 hs. Una escalera que termina en punta parece sostener los estantes que ocupaban las botellas de marcas ya desaparecidas como el vino Zaragozano y el exótico y anejo Milea. Sobre la calle 14 de julio se instaló un surtidor de nafta Texaco. Todavía esta sepultado el tanque de combustible sobre dicha calle.

    El almacén posee un sótano tipo bodega donde se depositaban las seis bordalesas de vino de 150 lts. cada una que llegaban de Mendoza por ferrocarril. Posee un piso de mosaicos que pareciera recién colocado (tal era la calidad de los materiales de aquella época). Jose Massaro fue el proveedor de esos materiales. Su empresa estaba ubicada en la calle 25 de mayo entre Fuerte Independencia y Chacabuco. Diaria y religiosamente a las 11 de la mañana y por la tarde hasta las 19 hs. Don Pedro tenía un selecto grupo de parroquianos que iban a tomar el aperitivo. Entre ellos se contaban el Sr. Salvador Manochi, Fasael Landaburu, el Dr. Lorenzo Mahourat (que era el director de la Usina ad honorem) el Ing. Archipenko, el inspector municipal Munitis, Martinez (que posee un taller mecánico en 14 de julio entre Maipu y Belgrano), el Sr. Scarminacci que era el Jefe de la Dirección General Impositiva, el Sr. Viana que era gerente de la tienda La Capital. Y no podía faltar el intendente de Tandil para aquella época el Dr. William Leeson entre otros…

    La escritura de la compra por parte de don Pedro fue realizada en el estudio del escribano Alejandro Sabatte Riviere. Esta escritura la conserva actualmente uno de los hijos de don Pedro. El precio total fue de 12.000 pesos moneda nacional de curso legal, según consta en dicha escritura. El vendedor fue don Antonio Andersen, amigo del Sr. Castelnuovo. El recibo extendido fue un gran apretón de manos, tal era la honorabilidad que existía en esa época.

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